Escribo esto con los ojos vidriosos en el preciso momento en el que
desaparece de mi vista el paso de palio de la Virgen de la Paz y Esperanza, que
comienza a atravesar el dintel de la puerta de Santa Catalina dejando atrás el
Patio de los Naranjos, todo ello a sones de Candelaria, y gracias a la
retransmisión online del canal de la Diócesis de Córdoba. Si cualquier palio
andando de espaldas me produce nostalgia, esta vez la he sentido de forma más
aguda conforme tus varales comenzaban a perderse por el dintel, luego tu divina
tez se acercaba al mismo y sólo he acertado a pensar “hasta pronto”, y
finalmente tus candelabros de cola escaparon de mi vista, quedándome una
extraña sensación de orfandad de Ti.
Esta vez tampoco pudo ser, Madre cordobesa. No pude deleitarme al
contemplar cómo los rayos del Sol se colaban por tu palio para acariciar tu
dulce rostro, ni cómo de noche tu candelería se convertía en el Sol de la
ciudad califal al irradiar esa luminosidad tan característica. Me perdí cómo tu
inmaculado templo andante derrochaba paz por los alrededores de la Catedral, me
perdí cómo la blancura de tu palio se confundía con la de las calles de tu
ciudad, me perdí cómo el pueblo cordobés se regocijaba una vez más en la
palabra de esperanza que tu boca entreabierta arrojaba, porque…
¿Qué le habrás dicho, Madre, a tu pueblo para que en tan sólo 75 años te
hayas convertido en lo que eres hoy? Sin duda una de las referencias
devocionales no ya en Córdoba, que lo doy por supuesto, sino a nivel andaluz.
Yo quiero también escuchar tus palabras de paz y esperanza, bella doncella de
Capuchinos… Tú bien sabes que mi corazón late, y mis pulmones respiran “en
verde”, pero también sabrás que una parte de ese corazón verde se quedó en Córdoba,
donde desde entonces deseo volver. Más aún por la espinita que tengo clavada en
él, una espinita totalmente opuesta al puñal que atraviesa tu pecho. Una espina
que no me causa dolor, sino más bien necesidad, necesidad de Ti.
Aún no sé que se siente al ponerse bajo la luz de tu mirada, y tengo la
necesidad de sentirlo. Lo único que sé es que esa espinita desaparecerá, antes
o después, pero se esfumará. Mis ojos tienen sed de los tuyos. Te debo una
visita, me debes una caricia con los ojos. Nos debemos una mirada, blanca
Paloma de Capuchinos.
José Barea
Recordatorio 75 Años de Paz y Esperanza