A veces las cofradías, a veces las instituciones, casi siempre los políticos y, en general, la ciudad de Córdoba me hacen sentir vergüenza hasta decir basta. Vergüenza de ser cofrade, de ser cordobés, de pensar que -quienes nos atizan con tanta saña-, en el fondo, puede hasta que lleven razón. Pero es que, de lo poco que sale uno a la calle a ver algo de cofradías, de vuelta a casa tiene que parar un rato -ante una foto gastada- a rezar a su Señor y a interrogarse profundamente qué debe hacer.
Les voy a contar una historia. El pasado viernes por la tarde bajé al supermercado a comprar cosas que necesitaba mi hijo. Al lado de la fila de cajas, dos chicas jovencitas, se estaban batiendo el cobre porque cada cliente que entraba allí colaborara con la campaña del Banco de Alimentos. Y, en apenas unos minutos, pude ver con orgullo que hacían muy bien su trabajo. Un trabajo por el que no cobran y cuyo premio debe ser la satisfacción interna de que uno lo está haciendo bien y no para él, ella misma. Casi nada.
Salí de aquella superficie con el corazón más templado (y no porque piense que la caridad de un plato de comida sea suficiente, sino más bien un pequeñito primer paso), pensando que siempre queda un hilo de esperanza para lo que, alguna vez, habrá de venir o habremos de ir a buscar.
Sin embargo, la noche me devolvió de bruces a la realidad. Fui a la presentación de actos de una cofradía (el acto muy emotivo y bien realizado, por cierto) y cuál fue mi sorpresa al entrar por los jardines de Orive que lo primero que saltaba a la vista era un servicio de catering. Copas, bandejas, camareros uniformados, azafatas... No sé quién paga, aunque pueda suponer que el Ayuntamiento, no lo sé. Lo que sí me queda claro es que, por más que unos se esfuercen, otros solo miran por sí mismos y, aunque quizá no sea un pecado, sí que -estéticamente- deja mucho que desear.
Como también lo deja que un alcalde se suba a un atril de una cofradía a hacer campaña electoral a seis meses vista de las elecciones. Y, lo mejor, que los cofrades financien con sus aplausos esa gracia. Y, mejor aun, que se pavonee de defender a las cofradías, a todas (podríamos hablar de eso señor Nieto), cuando en tres años y medio existen unos diez o veinte mil detalles que ponen de relieve lo contrario. Si no me creen pregunten a las bandas a las que han multado o miren fotos de actos cofrades tan relevantes que no merecían la presencia del primer edil de la ciudad.
A la hora del aperitivo sí que estaban todos. Y, llámenme populista, pero no pude sino acordarme de las dos muchachas del supermercado y cómo unos recogen el dinero para que otros lo gasten en tonterías, con cofradías, carga ideológica y religiosa de por medio. A mí, cada día que amanece y me levanto me da más vergüenza lo que veo. Tal vez, sea más cómodo vivir en la ceguera como hace la mayoría.
Blas Jesús Muñoz