Blas Jesús Muñoz. Anoche, cansado y con preocupaciones más de verdad que las del pregonero, hablaba con un compañero de fatigas de esta página y le contaba como, durante la tarde, mi maltrecho móvil parecía el famoso teléfono rojo del Presidente de los U.S.A. El denominador común era la nefasta elección de pregonero y, para ser más caústicos, como la sosa, presentado con pompa, boato y circunstancia.
Había quien me decía que deberían presentar la dimisión los miembros de la junta de gobierno de la Agrupación. Nada más lejos de la realidad. Porque si en algo son coherentes es en el nombramiento de pregoneros de Semana Santa. Distinto es si hacemos comparativa con los nombramientos para el resto de pregones.
Puede que la dimisión o la moción de censura fuera extensible a otros ámbitos de nuestras cofradías. Sin embargo, como en la política, no se confundan, nadie se irá si no es con los pies por delante (invitado a irse, que nadie me malinterprete). Aunque experiencia tenemos en moción de autocensura impuesta por las consecuencias previsibles. Ya solo falta que, de repente, un día alguien de el paso de exigir explicaciones más allá de la protesta sempiterna que cae en un saco roto no, raído por las ratas.
Necesitamos algo nuevo. Un espíritu distinto. Una revolución interior que exportar hacia afuera para que lo público se regenere. Y, quién sabe, si a lo mejor estamos a tiempo de huir de la hoguera de nuestro esperpento.