Blas Jesús Muñoz. Quedan en el poso más profundo las páginas macilentas de otros libros que nos ayudaban a ensoñar otro tiempo, ni mejor ni peor, distinto en la memoria que idealiza. Imágenes en blanco y negro como el recuerdo de los retablos de la niñez, donde el aroma de la cera se marcó para siempre. Un punto exacto de la fantasía, capaz de evocar mil aventuras construidas con el encanto de la instantánea que capta lo efímero para capturarlo a perpetuidad.
Ese es el encanto renovado de cada altar de cultos. De cada mirada que musitó una promesa ante la Imagen que lo presidía. Es la estampa de la Pura y Limpia ante el retablo, azul como un poema de Juan Ramón, del Salvador.
La Hermandad del Sepulcro nos retrotrae a otro tiempo, a otro concepto, al rito y la regla renovados en cada altar de cultos. No es un paso atrás en el tiempo, sino un avance desde el pretérito, el origen de los primitivos lienzos que se actualizan. Es la Inmaculada entronizada sobre una pirámide de luz, de cera pura como Ella. Es una procesión, una vigilia, una letanía olvidada o una profesión. Es mirar atrás para ver el presente en un altar de otro tiempo.