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martes, 6 de enero de 2015

La Epifanía y el Señor del Gran Poder. Significado de la Epifanía


Desde tiempos muy remotos, tanto en Oriente como en Occidente, la Iglesia celebró el día 6 de enero la manifestación de Dios al mundo.

El sagrado misterio de la Epifanía está referido en el evangelio de S. Mateo: “Al llegar los magos a Jerusalén, éstos preguntaron en la corte el paradero del Rey de los judíos". En la antífona de entrada de la misa correspondiente a esta solemnidad se canta: "Ya viene el Señor del universo, en sus manos está la realeza, el poder y el imperio". El verdadero rey que debemos contemplar en esta festividad es al Señor, Jesús. Esta cita es la que adquiere la Devoción del Señor del Gran Poder (IN MANVS EJES POTESTAS ET IMPERIVM).

Esta festividad nos presenta a Dios hecho carne como el Señor de todos los hombres, Señor de la Redención, de la Divinidad suprema, nos muestra el Gran Poder de Cristo encarnado. Por esta razón este día la Hermandad del Gran Poder de Sevilla realiza su Función Principal de Instituto, tras el Quinario que comienza el primero de enero.

Históricamente, aunque la fiesta de la Epifanía debió estar vinculada con el Señor desde el origen de sus devociones, no será hasta la década de los sesenta del XVIII cuando se consagre la celebración de una Novena en su honor que se extendía en principio, desde el último día de cada año hasta el ocho de enero, con el fin de incluir dentro del mismo las solemnidades de la Epifanía y de la Circuncisión. De la existencia ya de esta festividad daba constancia el hecho de la visita del rey Felipe V en torno a la Epifanía del año 1728 a la capilla del Señor en San Lorenzo.

El cortejo de la de Hermandad incluye la siguiente insignia denominada Guión de la Epifanía para poner de manifiesto la vinculación entre la advocación y esta celebración.


Realizado en plata policromada y dorada sobre terciopelo burdeos. Por una cara muestra el paisaje evangélico de la adoración de los magos, ejecutando el autorelieve de plata de ley, policromado, con la leyenda: "ET PROCIDENTES ADORAVERUNT EUM". Por el reverso figura la estrella de oriente y la leyenda: “IN MANU EIUS POTESTAS ET IMPERIUM". Está orlado por una crestería de plata. El asta esta repujada en estilo barroco, rematada por la estrella de oriente, que se mueve con un pequeño muelle. (Armenta 1962).

La Epifanía (del griego epi-faneia: manifestación) es la primera presentación al mundo pagano del Hijo de Dios hecho hombre, que tuvo lugar con la adoración de los Magos referida por S. Mateo 2,1-12. El pasaje, con la cita del profeta Miqueas, es uno de los cinco episodios que constituyen el llamado Evangelio de la Infancia en S. Mateo (cap. 1 y 2).

Para entender adecuadamente este relato y percibir su contenido teológico es necesario precisar de antemano el alcance de la cita de Miqueas, quiénes eran los Magos y qué era la estrella que se dice haberlos guiado hasta la cuna del Niño.

El texto de Miqueas

El centro del episodio de los Magos es la cita del profeta Miqueas, que en el relato aducen los sacerdotes y escribas consultados por Herodes acerca del lugar donde había de nacer el Cristo. "Ellos le dijeron: En Belén de Judá, porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que será pastor de mi pueblo Israel" (Mt 2,5 ss.).

El pasaje profético es ciertamente mesiánico. Miqueas consuela a su pueblo, frente a la amenaza de Asiria, con la promesa de un futuro Libertador, descendiente de David. Del simple texto no deriva que fuese necesario que el Mesías naciera materialmente en Belén; bastaba con que fuera oriundo de allí por su ascendencia davídica.

El texto de Miqueas en labios de los escribas y en la pluma del evangelista significa que el Mesías debía nacer en Belén de la descendencia de David y Jesús cumplía estos requisitos.

¿Quiénes eran los magos?

El evangelista presenta a los protagonistas del relato como "unos Magos que venían del Oriente". No dice cuántos eran, ni cómo se llamaban, ni de dónde procedían exactamente. La tradición antigua navega por todos esos mares, pero sin rumbo cierto. En cuanto al número, los monumentos arqueológicos fluctúan considerablemente; un fresco del cementerio de S. Pedro y S. Marcelino en Roma representa a dos; tres muestra un sarcófago que se conserva en el Museo de Letrán; cuatro aparecen en el cementerio de Santa Domitila, y hasta ocho en un vaso del Museo Kircheriano. En las tradiciones orales sirias y armenias llega a hablarse de doce. Ha prevalecido, no obstante, el número de tres acaso por correlación con los tres dones que ofrecieron -oro, incienso y mirra- o porque se los creyó representantes de las tres razas: Sem, Cam y Jafet.

Los nombres que se les dan (Melchor, Gaspar, Baltasar) son relativamente recientes. Aparecen en un manuscrito anónimo italiano del s. IX, y poco antes, en otro parisino de fines del s. VII, bajo la forma de Bithisarea, Melichior y Guthaspa. En otros autores y regiones se los conoce con nombres totalmente distintos. Su condición de reyes, que carece absolutamente de fundamento histórico, parece haberse introducido por una interpretación demasiado literal del Salmo 72,10: "Los reyes de Tarsis y las islas le ofrecerán dones; los reyes de Arabia y Sabá le traerán regalos". Nunca en las antiguas representaciones del arte cristiano aparecen con atributos regios, sino simplemente con gorro frigio y hábitos de nobles persas.

También sobre el lugar de su origen discrepan los testimonios antiguos. Unos los hacen proceder de Persia, otros de Babilonia o de Arabia, y hasta de lugares tan poco situados al oriente de Palestina como Egipto y Etiopía. Sin embargo, un precioso dato arqueológico del tiempo de Constantino muestra la antigüedad de la tradición que parece interpretar mejor la intención del evangelista, haciéndolos oriundos de Persia.

Refiere una carta sinodal del Concilio de Jerusalén del año 836 que en el 614, cuando los soldados persas de Cosroas II destruyeron todos los santuarios de Palestina, respetaron la basílica constantiniana de la Natividad en Belén, porque, al ver el mosaico del frontispicio que representaba la Adoración de los Magos, los creyeron por la indumentaria compatriotas suyos.

La estrella de los magos

En el relato de S. Mateo la estrella juega un papel importante. Es una estrella que los magos vieron en Oriente, pero que luego no volvieron a ver hasta que salieron de Jerusalén camino de Belén; entonces se mueve delante de ellos en dirección norte-sur y, finalmente, se para sobre la casa donde estaba el Niño. Los magos dicen haberla reconocido como la estrella de Jesús («Hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a adorarle»; Mt 2,2). Supuesto el carácter preternatural de la estrella, que al parecer sólo habría sido visible para los magos, quedaría por explicar por qué entendieron ellos que era la estrella de Jesús y se sintieron obligados a desplazarse para adorarle.

Nada tendría, en ese supuesto, de extraño que persas piadosos se hubieran ido interesando por las Escrituras de los judíos y participaran de algún modo en su esperanza en un Mesías Rey, de manera que, al percibir un fenómeno estelar, lo relacionaran con él. Sea lo que fuere, lo que podemos decir es que, de una manera u otra, Dios los movió a ponerse en camino y dirigirse a Israel en espera de un gran rey.

La celebración de la fiesta de la Epifanía del Señor, se celebra desde tiempos muy remotos, tanto en Oriente como en Occidente –a excepción de la ciudad de Roma y, probablemente, de las provincias de África–. Ya en el siglo II se encuentran referencias acerca de una conmemoración del bautismo de  Jesús, por parte de algunas sectas gnósticas.

De todos modos, habrá que esperar hasta la segunda mitad del siglo IV para recoger los primeros testimonios procedentes de ámbitos ortodoxos. El origen de la solemnidad de la Epifanía es bastante oscuro. Una tras otra se han sucedido las más variadas hipótesis, si bien, en cualquier caso, parece que la fiesta surgió dentro del proceso de inculturación de la fe, como cristianización de una celebración pagana del Sol naciente, de gran arraigo en la región oriental del Imperio. Muy pronto, en Occidente, la fiesta de la Epifanía revistió un triple contenido teológico, como celebración de la manifestación a los gentiles del Dios encarnado –adoración de los Reyes Magos–, manifestación de la filiación divina de Jesús –bautismo en el Jordán– y manifestación del poder divino del Señor – milagro de las bodas de Caná–.

Con la introducción de la fiesta de la Navidad, el 25 de diciembre, la solemnidad de la Epifanía perdió su carácter de celebración del nacimiento de Cristo, y se centró en la conmemoración del Bautismo en el Jordán.




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