La de la cara morena,
la quise desde niña,
y a la que cuento mis penas,
me está llamando y llamando
pa que me vaya a su vera.
No le da tiempo a sonar. El despertador no es el que me despierta, sino mi propio corazón, que late y late impaciente ante el inminente viaje a las marismas.
Me levanté, corrí hacia el balcón y pude contemplar el remanso de paz que inunda las marismas de Doñana. Me di la vuelta y divisé una espadaña que también vi en mis sueños. Una espadaña que es faro que me guía hasta sus plantas cada primavera.
Corrí, corrí cuanto pude para poder acercarme a una puerta coronada por una concha peregrina. Miré a mi alrededor, estaba sola, completamente sola. Aún podía sentir sobre mi cuerpo el rocío de la noche que acaba de pasar. Y allí estaba yo, frente a frente con Aquélla que me cuida siempre. Pero por primera vez la vi de otra manera, con otros ojos, y es que Ella también me miró de forma diferente.
Entendí más que nunca esa mirada suya. Entendí más que nunca la ternura de sus manos. Entendí más que nunca su paciencia, su media sonrisa. Entendí más que nunca lo que significa ser madre.
Ahora sí. Sonó el despertador, mi quehacer diario me espera, pero sólo queda un día para vivir lo soñado. Un día y volveré a sentirte tan cerca que podré inspirar tu aroma a Rocina. Podré sentarme junto a Tí, y como a una buena amiga, contarte mis miedos, mis inquietudes, esas que, a veces, en la soledad de mi intimidad, me agobian y me hacen sentir tanto miedo...
Sí, sonó el despertador y de vuelta al colegio, a la casa, pero como siempre estás en mi mente.
Sí, sonó el despertador, pero la próxima vez que suene, será el día que de nuevo esté a tus plantas, Rocío.