Los sumos sacerdotes y los ancianos persuadieron a la gente para que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Y cuando el procurador les dijo: “¿A cuál de los dos queréis que os suelte?”, respondieron: “¡A Barrabás!”. Replicó Pilato: “Y ¿qué hago con Jesús, el llamado Cristo?”, y todos gritaron: “¡Crucifícale!”. “Pero ¿qué mal ha hecho?”, preguntó Pilato. Mas ellos seguían gritando con más fuerza: “¡Crucifícale!” Mt 27 20-23
Pilato se lava las manos queriendo apaciguar su
conciencia, creyendo que con su cobarde gesto libera su alma de
responsabilidad. Pero no es el silencio ante la injusticia lo que nos hace
libres. Si el maltratador actúa, el terrorismo asesina o el dictador oprime es
la denuncia y la lucha la única salida. Porque es obligación del cristiano remar
para modificar el mundo y no esconderse en un rincón sin hacer ruido para
conservar los inútiles tesoros de la vida terrenal.
Y Tú, Jesús Rescatado, Cautivo del destino y preso
del odio y el desprecio, te muestras poderosamente humano y maravillosamente
divino, eterno y cercano, escuchante de la necesidad del pueblo que te anhela y
te busca con devoción. Por eso alargas tu mano constantemente... para ayudarnos a salir
del pozo de nuestra desolación y cedernos un hueco en tu Bendita presencia.
¡Barrabás! gritaba el
pueblo
bebiendo
de su ignorancia...
Cristo
era un hombre de Paz,
alejado de quimeras,
su
sendero de amor hablaba
y
su grey se negaba
a
seguirle donde fuera.
De
tu condena...
Señor
Mío si pudiera
haberte
Padre Rescatado,
lucharía
como una fiera
por
salvarte de salvarnos del pecado.
No
te merezco Jesús...
Tú
Cautivo por tu promesa,
yo
renegando de tu luz...
por
un caudillo ignoro tu grandeza
enviándote
a la cruz.
Guillermo Rodríguez