Ya ha pasado cerca de una semana, desde que acabó la semana de folclore y los días Santos de la Pasión. Y como en los partidos y las discusiones, las respuestas y soluciones aparecen cuando éstos son vistos desde la lejanía. Mis queridos lectores y adorados detractores, os tengo acostumbrados a un largo encabezado que va abriendo un poco el punto a desarrollar, pero esta vez voy a ser directo.
La Semana Santa, nos cueste o no, nos guste o no, no se vive con un paso en la calle, digamos pues, que eso es un daño colateral de estos días santos. No me cansaré de repetir hasta la saciedad, de que en el supuesto, Dios no lo quiera, de que lloviera toda una Semana Santa, sigue habiendo una Semana Santa más allá de lo visual y lo folclórico. Ésta es la Semana Santa Católica, la que se vive dentro de una Iglesia. La de la liturgia de un Domingo de Ramos y de un Triduo Pascual. ¿Cómo celebramos nosotros la Semana Santa? ¿Dónde está ese espíritu de conversión y de acercamiento al Señor para ayudarle y darle fuerzas en su Pasión? Me duele, y seguirá doliendo ver como adoramos más a la madera tallada que a Cristo vivo en la Eucaristía. Y sé que ponerme de ejemplo es soberbia, porque no me considero buen católico y mucho menos buena persona.
Hermandades sin compostura, no señalo a ninguna, cada cual sabrá como hace su puesta en la calle. Nazarenos descubiertos, con diputados que hacen la vista gorda, hermandades que cambian de junta, y por ello de paso, con la que está cayendo, como si no pudieran ir tirando con el que tenían.
Hermandades que conjuntan los colores litúrgicos como si fuera necesario para mantener la estética visual. Usamos dalmáticas, bien, usémoslas, pero usémoslas con criterio, la dalmática es una vestidura litúrgica que debe ir en consonancia con el color litúrgico del día, que la virgen sale vestida de rosa un domingo de ramos o un viernes santo: rojo. Que sale de azul un lunes, martes o miércoles santo: morado y si sale el jueves: blanco. Eso no lo digo yo, lo dice la Iglesia y como los dogmas, la liturgia no es optativa. Es como es.
Por hablar también nombraré hermandades eternas con trescientas paradas teniendo 200 nazarenos, Señores Hermanos Mayores, Diputados de Horas o quien sea el designado para esa función, no juegue con la poca afición que hay en Córdoba por ver los cortejos, porque al final se verán solos en la calle, no lo digo yo, lo dicen mis pies a los 75 minutos de estar de pie viendo como avanza un nazareno cada diez minutos.
Para terminar voy a contar una anécdota, soy un neófito en el ambiente cofrade de Córdoba, y viendo a la Buena Muerte a su paso por las naves catedralicias, estaba hablando con un buen amigo al que le comenté lo pobre que es la madrugá cordobesa. Y este buen amigo me dijo que Córdoba no se merecía esa escasez. Yo, ignorante, le contesté que se podría intentar recuperar la Hermandad del Nazareno en tan mágica noche, puesto que desconocía que hubieran más. A lo que él me añadió que llegaron a salir más hermandades como la Merced.
Las razones de que no hubieran más hermandades, que me dio se ciñeron a la poca afluencia de espectadores. ¿De verdad?, ¿La razón de ser de una hermandad es que nos vean por las calles?, ¿esa es nuestra única meta? Vale, admito que Córdoba no está acostumbrada a tener una madrugá con multitud de cofradías, pero veo muy valiente y muy loable que la Buena Muerte saliendo a las horas que sale, no cambie y se mantenga firme, porque es su forma de ser, haya o no gente viéndola. Porque no van a que los vean, sino a hacer estación de penitencia. Y creo, ESTO ES MI OPINIÓN, y puede ser más o menos acertada, que la Buena Muerte, junto al Nazareno, y las futuras Hermandades de la Quinta Angustia y del Traslado al Sepulcro, harían la delicia de una actual madrugá desolada. Pero claro, eso son utopías mentales de este escritor, que puede, no concuerden con las ideas concebidas por esas hermandades.
Me despido diciendo una cosa, si Córdoba no está acostumbrada a tener madrugá, ya haremos lo posible por acostumbrarla. La cuestión no es ser visto por los hombres sino por Dios que nos ve desde lo alto.
Antonio Maya Velázquez
Recordatorio La espada de Damocles