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domingo, 10 de mayo de 2015

El Rincón de la Memoria: La Reina arrodillada


Reproducimos a continuación un muy interesante artículo de El Fiscal que narra la experiencia vivida por la desaparecida Reina Fabiola con la Hermandad del Silencio, en la Semana Santa sevillana de hace mucho tiempo...


Con la muerte de la Reina Fabiola, no pocos hermanos del Silencio han recordado aquella tarde del Domingo de Resurrección en la que los reyes de los belgas acudieron a conocer el templo de San Antonio Abad tras la experiencia vivida en la Madrugada durante la salida de la cofradía. Guiados por el marqués de la Motilla, los reyes pidieron estar dentro del templo, lo que está reservado exclusivamente a los hermanos que participan en la estación de penitencia. La regla no fue óbice para que la hermandad se preocupara en gestionar un lugar desde el que los monarcas pudieran presenciar la salida con mejor perspectiva y comodidad. Así lo hicieron desde la casa de un militar de alta graduación cuyo balcón está justo enfrente de la puerta de salida.

Fue el propietario de la casa quien contó después que la experiencia junto a los reyes fue insólita. Cuando se abrieron las puertas y apareció la Santa Cruz con los niños pajes, Balduino y Fabiola se pusieron de rodillas y comenzaron a rezar. Y así estuvieron hasta que salió el paso de la Virgen de la Concepción.

Esa visita posterior al templo estuvo precisamente motivada por la impresión que causó en ambos el recogimiento de la cofradía y el respeto del público asistente. También supieron que el Santísimo Sacramento se expone al culto cada tarde en San Antonio Abad, por lo que antes de acceder a la casa de hermandad y subir a la sala capitular (donde se tomó la fotografía que ilustra estas líneas), estuvieron cerca de media hora rezando de rodillas ante la custodia, colocada delante del paso de la Virgen que a esas horas aún huele a cera quemada y guarda las reminiscencias de azahar.

Nadie mejor que los inolvidables Eduardo Ybarra y Luis Rodríguez-Caso, y el entonces secretario de la cofradía, Manuel Palomino, para guiar aquella tarde a los monarcas por la morada de los primitivos nazarenos de Sevilla que, ese día, el de mayor gozo del orbe católico, celebran la Resurrección del Señor con la misa en la que se reparte el azahar.










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