Blas Jesús Muñoz. Debe ser frustrante que, durante una buena
parte de tu vida, te lean unas diez mil personas a diario para que, de
repente, te lean ochocientas (el día que te leen). Como también debe
serlo que las redes sociales sean tu única voz, tan plural que haya
miles de personas que puedan contradecirte y ya no seas el pontífice
adoctrinador de antaño.
Frustra, seguramente, que
quienes te leen en tu pequeño círculo (no como los de Podemos o, tal
vez, sí) te jaleen, te aplaudan y te pasen la mano tibia sobre el lomo, a
sabiendas de que fuera de él es todo lo contrario. Y que adjudiques la
originalidad de las cosas a tu gente o a tu cofradía porque no quieres
reconocer que existen otros que lo hicieron antes que tú.
A otros, los puede colmar de impotencia ser componentes -o componente- de una banda, cuando crees merecer la batuta de la Vienna Philharmonic Orchestra.
Y, como los grandes genios, utilizar la recurrente red social para
soltar la mala sangre o lo que crees ingenio y es, sencillamente,
triste.
Ellos saben sus nombres como yo el mío,
la diferencia es que uno escribe lo que piensa y no se acoge a sagrado
cuando intenta atacar. Se vive y se siente; se nace y se muere en el
intento de opinar lo que uno considera sin buscar subterfugios pueriles.
El infantilismo, el me enfado y no respiro, es propio de muchos
cofrades que colman de frustración sus elecciones y envidían al que es
feliz escribiendo por nada más que la satisfacción de saber que hace
aquello con lo que disfruta.
Recordatorio Enfoque: ¿Hacía falta un blog para la Magna?