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martes, 16 de junio de 2015

El Cirineo: Dos modelos antagónicos


Terminó el martirio chino para aquellos pocos y extraños ciudadanos de este país a los que el fútbol les aburre soberanamente. Los fines de semana las noticias por fin hablarán de otras cosa que no sean, como decía mi abuelo Enrique, veintidós tíos en calzoncillos corriendo detrás de una pelota. Sí, ya se que no nos libraremos de los típicos culebrones del verano (Casillas, De Gea, Piqué, Kevin Roldán… la cremita que le dan a Cristiano Ronaldo…), pero les confieso que esa es la única parte de todo este mundillo que todavía despierta mi curiosidad, la parafernalia que se mueve alrededor del deporte rey, fichajes, rumores, supuestas noticias, periodismo de bufanda… eso al menos me divierte y entretiene, ¿lo captan? divierte y entretiene. Lo del fútbol es otra cosa, probablemente porque soy uno de esos elegidos por los dioses que ni es del Madrid ni del Barcelona, afortunadamente, y que puede decir a boca llena que ambos equipos se la trae al pairo y entiendo que la competición está absolutamente adulterada por la aplastante diferencia de dinero que, procedente de los derechos de televisión, reciben estos dos gigantes en relación a los demás. Hubo un día en que el fútbol me gustaba. Ya no, descubrí que es imposible luchar contra dos equipos que reciben por decreto lo suficiente como para que sean inalcanzables salvo milagro. Ese día decidí que mientras el reparto de los derechos de televisión no fuera justo, mi interés por el fútbol quedaba reducido a la nada.

A estas alturas se preguntarán que por qué les está soltando El Cirineo una charla sobre este cuasi deporte que un día dejó de serlo para convertirse en mero espectáculo… Pues porque si que hay un asunto relacionado con este deporte que ha llamado mi atención en los últimos tiempos, es el modelo de gestión aplicado precisamente a los dos trasatlánticos futbolísticos de este país todavía llamado España, que en la práctica representan dos formas de gestión antagónicas. Antes de profundizar sobre ellas, volveré a repetir que los dos grandes equipos de España me tienen sin cuidado, el fútbol ya he dicho que me interesa poco aunque sí tengo unos colores que nada tienen que ver ni con el blanco ni con el azulgrana. 

Si la memoria no me falla, el primer artículo de opinión publicado en Gente de Paz, llevó el título Cambios de Rumbo, un artículo en el que se abordaba el tema de los cambios de estilo de las cofradías producidos en mucha ocasiones sin demasiado sentido. Hoy, dos años y medio después, el artículo podría ser perfectamente reproducido, modificando los ejemplos que sirvieron de excusa para su elaboración y tendría exactamente la misma vigencia. Es cierto que si hablamos de cofradías, dos años no son nada y que lamentablemente no ha existido un cambio generacional suficientemente profundo como para que las hermandades de nuestro entorno hayan adquirido esa sensatez que muchos echamos en falta.

Si repasamos y analizamos las noticias que han deparado las cofradías desde el pasado Domingo de Resurrección, salvo honrosas excepciones, la mayor parte de ellas han estado relacionadas con cambios en el acompañamiento musical o en los martillos. No es que cambiar por sí mismo sea malo, pero determinados cambios demuestran que no se tienen las ideas demasiado claras o al menos no como sería deseable. Y aquí es donde hilo mi argumentación con el fútbol. El Real Madrid cambia de entrenador como quien cambia de camisa lo cual en si mismo ya me parece mal pero es que además lo hace sin criterio alguno. Se contrata a un entrenador preciosista, amante del juego bonito y atacante y suave con la plantilla. Cuando fracasa, se opta por un entrenador que ocupa el extremo opuesto del espectro, un tipo duro, un sargento de hierro cuyo sistema de juego es netamente defensivo… y enfrente el Barcelona, con un estilo de juego perfectamente definido y reconocible y que, salvo pequeñas interrupciones temporales, lleva vigente en el club desde los años noventa. Esta es la diferencia entre tener las ideas claras y no tener ni idea del funcionamiento de un equipo de fútbol, entre dejar que las riendas deportivas estén en manos de personas profesionales y que el líder todopoderoso maneje el club a su antojo, a su capricho y a golpe de talonario. Los resultados ahí están en las últimas décadas, hegemonía de uno de los clubes sobre el otro que ha mostrado ciertos destellos que les ha permitido ganar algunos títulos relevantes en base a la incuestionable calidad de los jugadores de que dispone. Desde la objetividad que proporciona la distancia, uno de los dos equipos ha gozado de una estabilidad y una coherencia de la que carece el otro y eso se traduce en resultados y ningún madridista con un mínimo de espíritu crítico podrá cuestionar este planteamiento.

Lamentablemente la mayoría de nuestras hermandades funcionan actualmente con el modelo Real Madrid, sin talonario claro, pero si al arbitrio de uno, dos o un reducido número de dirigentes caprichosos que utilizan nuestras hermandades como si fuesen un  juguete, un cortijo, un banco de pruebas. Cofradías con túnica de cola que saltan de la agrupación más flamenquita a las cornetas más clásicas y viceversa, palios que pasan de bajar el Bailío con todo lo que ello conlleva, a inspirarse en cierta hermandad del Jueves Santo sevillano elevada a los altares por los gurús de todo esto, como la quintaesencia de lo que ha de ser una cofradía seria, hermandades que traspasan el martillo a capataces con maneras absolutamente contrapuestas a las de quienes han dirigido sus cuadrillas desde que se tiene uso de razón, o que realizan ofrecimientos a diestra y siniestra sin importar el estilo del destinatario del ofrecimiento, líderes mediáticos que intentan modificar la esencia de una hermandad para adecuarla a su gusto particular o en su caso para convertirlas en míseras fotocopias de otras…

Los ejemplos son de los más variopintos y lamentablemente de lo más comunes en las últimas décadas, ya lo comentaba en aquél artículo que les mencioné al principio. Se hace imprescindible que las cofradías se doten de un sistema que asegure y garantice que su estilo, una vez definido de manera global, permanezca inalterable más allá de las necesarias puntualizaciones accesorias. Un sistema que establezca una mayoría especialmente cualificadas para que la esencia de una corporación pueda verse alterada al albur de cómo respire un dirigente o de si ese año ha ido a ver a la Esperanza de Triana y se le antoja poner un caballo en su paso de Misterio. Un sistema que establezca cuáles son las señas de identidad de una hermandad cuya modificación obligatoriamente debe pasar por su aprobación no en un cabildo cualquiera, sino que exija unas mayorías excepcionalmente reforzadas de tal suerte que alterarlas requiera de una complejidad extrema. Sólo de este modo el status quo y la idiosincrasia de nuestras hermandades estará protegido frente a dirigentes “con ataque de entrenador” que quieran cambiar a la cofradía de turno para convertirla en aquello que nunca fue.

Adicionalmente no estaría de más que desde la autoridad eclesiástica se revitalizase aquella comisión artística que en el pasado funcionó con fuerza extraordinaria (que pregunten en la Trinidad) y que permite ahora cualquier cosa. Sería muy aconsejable que un ente de estas características velase por la integridad de la esencia de nuestras corporaciones, de tal modo que si sus actores inmediatos son incapaces de preservarlo, alguien les guíe y corrija, que no sólo de dirección espiritual precisan las ovejas.

Cada cofradía tiene o debería tener, su estilo único e intransferible y el pueblo sabio y soberano debe conocerlo perfectamente para identificarlo y tener absolutamente claro qué es lo que se va a encontrar cuando acuda a disfrutarla cada Semana de Nisán. No permitamos los cofrades de a pie que este estilo se vea alterado por el dedo caprichoso de un líder metido a genio renacentista.


Guillermo Rodríguez














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