Blas Jesús Muñoz. Cuando el pasado 24 de mayo cambiaba el mapa político municipal se aventuraban cambios significativos que afectarían, en mayor o menor medida, a las cofradías. No es menos cierto que, en lo que va de democracia, los gobiernos de izquierdas, si bien no se está en condiciones de afirmar que hayan sido exageradamente proclives hacia las hermandades, tampoco es menos cierto que se habían mantenido unas líneas básicas de entendimiento.
La nueva situación política ha traído consigo una línea que marca su dictado más en hechos simbólicos que en actuaciones concretas. Y entre los mismos se halla el de separar de una manera evidente la parcela política de la religiosa. Este "divorcio" se expresa de manera tenue, tibia, en el Alcalde Socialista de Sevilla, Juan Espadas. Tibia porque la relación sociedad-cofradías en la capital de la Macarena, Esperanza de Triana o Gran Poder, se torna prácticamente indisoluble y, un paso enérgico, se contaría en votos perdidos.
No obstante, el primer edil sí ha dado un primer paso, consistente en un proyecto de reducción de la representación en la procesión de la Virgen de los Reyes. El mismo consistiría, en líneas generales, en la representación del Alcalde, dos tenientes de alcalde y dos concejales por cada fuerza política, prescindiendo además del desfile inicial con banda de los concejales desde la Casa Consistorial a la Catedral y el de regreso de la misma. Todo ello, eso sí, con la tibieza de que antes hablábamos puesto que no se prohibiría la participación voluntaria del resto de los ediles.
Como es fácil de comprender nos hallamos ante el principio del fin de la representación política en actos religiosos y, lejos de llevarnos las manos a la cabeza, habríamos de valorar que el carácter de dichos actos implica un componente esencial, la fe. Sin ella, da igual el cargo pues acudir carece de sentido. Toda vez que, en el caso cordobés, no me agradaría personalmente ver en una representación de un acto religioso a unos ediles municipales (Alcaldesa o Primer Teniente de Alcalde, por ejemplo), cuyo conocimiento ejecutivo, en lo que llevan de mandato y ante los males endémicos de la ciudad, sólo ha dado para retirar un crucifijo, hacer un mete y saca con un cuadro de San Rafael, dilatar inexplicablemente (o muy explicablemente) una licencia de obras y reclamar un templo para sí que es de la Iglesia. Para eso, lo dice el refrán Señor Alba ya que tanto le gustan, mejor solos que mal acompañados.