Ya hemos vuelto mil veces para decir que te vas y al final te arrepientes… deja tu orgullo correr, deja de hablar y te callas, no digas más que te marchas, no digas más que te marchas para volver a volver.
Vuelvo sin saber si me iré de nuevo o si tendré o no oportunidad de volver a volver… Triste tanta ida y venida, quejoso regreso por mi parte, pero os necesitaba: a ustedes. Ustedes que quizá no sepan cómo soy, cómo me llamo o qué estudio, ustedes que me regalan algunos de vuestros minutos desfilando sus ojos sobre estas líneas, mis líneas, nuestras líneas. Mis palabras son las palabras de todo aquel que quiere y no puede, o que puede pero no quiere, mis palabras son la lágrima que se escapa de forma irremediable, son una bocanada de aire fresco o un desahogo semanal, pero –al fin y al cabo- esto que es mío, que sale de mí, es vuestro a medida que me vais leyendo.
Soy joven aunque trato de jugar a las maduras y hay veces que hasta gano la partida, soy bipolar aunque trate de controlar mis ganas de hacerme saltimbanquis o mis ganas de taparme la cabeza y limpiarme a base de lágrimas por dentro, soy de estas que dice: “¡Ay! Deja que me desahogue”, una especie de coctelera llena de sentimientos, así soy yo.
Por este motivo he dejado de escribir todo este tiempo, porque soy un huracán en auge y he arrasado conmigo misma sin medir las consecuencias de perderme. No sé si alguien habrá extrañado mis escritos, pero aquí estoy de nuevo, nadie se va eternamente y menos aun cuando escribe, cuando hace, cuando abraza, cuando besa, cuando se enfada, la eternidad alberga recuerdos que quizá ni nosotros sabemos que tenemos guardados. Cuántas veces habré escuchado una canción que me sonaba y he acabado tirando de cada frase hasta recordarla entera, cuántas veces me habré parado a pensar y un recuerdo ha implicado a otro y este a otro más, y si os digo cuántas veces una sonrisa ha llevado a una carcajada y esta a no poderte aguantar la alegría.
Alegría es la que me faltaba el pasado lunes cuando vi un cuerpo sin vida tratando de ser reanimado, cuando la mujer que lo atendía no pudo más y decidió que aquel circo, que todos los mirones habíamos montado, se acabase. Lo tapó, con una de esas sábanas que tienen todas nuestras abuelas en su casa porque limpian los cristales de maravilla, y es así… una misma sábana puede acoger una nueva vida y puede sepultar otra. Y es así, un minuto perdido puede ser tu último minuto, un soplo de aire de más puede que sea el aire que te falte en otro momento, y en este caso, el halo de vida se apagó de manera fulminante, se había ido y quizá tuviera miles de cosas que decirles a sus familiares.
Esto me hace pensar que la vida puede acabarse, que no disponemos de ella para siempre, que no podemos jugar con ella a nuestro antojo, que no todo se basa en vivir más, sino en haber vivido mejor. Y es que es un poco como el amor, muchos sabemos querer pero pocos saben querer bien, muchos sabemos vivir, pero pocos saben vivir bien.
Me despido, releyendo mis palabras y emocionada por volver a tener un hueco aquí. Un hueco que espero que permita que mis palabras se hagan eco y puedan ayudar a personas que estén tanto o más perdidas que yo.
Queridos lectores, leedme, me dais vida.
María Giraldo
Recordatorio La Voz de la Inexperiencia: Ha sido un milagro