Eva María Pavón. Entrar esta tarde en la Iglesia de San Andrés ha sido todo un acontecimiento. No había silencio. El ir y venir de personas era constante, el clic de las cámaras de los numerosos fotógrafos era incesante y el olor… ese olor que embriagaba la estancia procedente de las flores del paso de María Santísima de la Esperanza, entronizada elegantemente en su palio, era sublime. Y qué decir del Señor de las Penas, majestuoso, imponente, sereno, mirada triste, torso descubierto…
Hoy el templo era un hervidero, de trabajo, de ilusiones, de miradas puestas en el cielo… Sólo espero que mañana la única agua que se derrame sean las lágrimas de nuestros ojos cuando veamos salir por la puerta de San Andrés a María Santísima de la Esperanza y a su hijo Jesús de las Penas. Córdoba ya está esperando.
Hoy el templo era un hervidero, de trabajo, de ilusiones, de miradas puestas en el cielo… Sólo espero que mañana la única agua que se derrame sean las lágrimas de nuestros ojos cuando veamos salir por la puerta de San Andrés a María Santísima de la Esperanza y a su hijo Jesús de las Penas. Córdoba ya está esperando.