Blas Jesús Muñoz. Han pasado las semanas y las aguas (figuradas y algo más calladas, de momento) vuelven al cauce de un cambio de estilo musical que ha dado para bastante. De hecho, baste repasar lo que más de uno y de dos escribieron para apercibirse de que nadie ha permanecido indiferente. De hecho de haber sido firmados, algunos de esos editoriales, por alguien apellidado Rodríguez, Muñoz, Blancas o Caballero no me atrevo a pensar el escarnio.
Lo que resta de cierto es que la banda de San Antonio de Padua recibió algo más de su cuota alícuota de culpa por hacer algo que cualquiera hubiera hecho en su lugar. Firmar un contrato con una hermandad no es más que eso y nadie estaba allí para narrar los términos en que se rubricó y, de haber estado, nadie ha querido contarlo.
En consecuencia, la Banda de la Coronación de Espinas adoptó su propio rol y, durante días frenéticos, nadie pareció ni quiso perdonárselo. Nadie quiso. Hasta el punto de que la formación hubo de emitir un comunicado denunciando la situación en la que se hallaba y tan sólo pidiendo algo tan simple como respeto. Toda vez que teniendo que dar explicaciones públicas por algo que a ellos no les compete.
El Jueves Santo de 2016 puede que todo se haya olvidado y, sin embargo, hay heridas que nunca terminan de cicatrizar y preguntas que puede que en el futuro lleguen cuando alguien diga hasta aquí y los sones no sean sino parte de un recuerdo del pasado. Habrá quien diga en ese futuro que el pretérito fue feliz y se obviaran las primeras semanas de este otoño donde todos, o casi todos, aprovecharon para arremeter contra el mismo objetivo.