Suspira el querubín revoloteando por magnos templos que son
el epicentro de un terremoto de diez grados en la escala Richter. Pero
sabe que las réplicas del mismo se dan en privado con dagas escondidas
en el interior de una de las botas como los hidalgos del siglo de oro.
Suspiros alados por antiguos próceres que ahora gobiernan
entre las sombras de Mordor y que no se pueden nombrar porque su nombre
innombrable desata el miedo y mientras aprovechan para poner más piedras
sobre las celosías.
Suspira el Ángel porque sabe que hay una hermandad que
tiene un problema y por más problemas que diga el problema siempre es el
mismo problema. Y el problema original no lo cuentan porque eso sí
sería un problema como el del auxiliar que quieren colocarle al capataz
como si no hubiera un problema.
Joaquín de Sierra i Fabra