Cual Indiana Jones buscando el Arca de la Alianza, el cofrade de hoy en día ansía encontrar amparo y respeto desde las instituciones municipales. Quizá un respeto perdido, o quizá un respeto que nunca se haya tenido: que cada cual opine en función de su experiencia.
Lo que está fuera de toda duda es que la Semana Santa es una de las gallinas de oro que cualquier municipio posee. Estos cultos religiosos externos poseen su parte folclórica, en el sentido más positivo de la palabra. Es una festividad que llama la atención del público. Personas que, con cierta independencia de sus creencias, salen los días que dura la Pasión de Cristo a pasear por las calles en familia o en grupo de amigos. Lo que conlleva un subidón de la hostelería y del comercio en general. Los días de Semana Santa hay más gente de la que habitualmente hay por la ciudad, hay mayor ocupación hostelera, cafeterías y bares a reventar, todo ello fruto del turismo... en definitiva, todo altamente positivo para el municipio que corresponda. Y esto sin contar la labor social de las Cofradías, que también habría de ser digna de elogio de forma institucional.
Pero... ¿hasta qué punto ese beneficio que las Hermandades reportan a la ciudad tiene su contrapartida por parte de los órganos de gobierno? Seguramente esta pregunta tenga tantas respuestas como equipos de gobierno existentes a lo largo de nuestro territorio, pero sí que se observa un cierto descuido, cuando no de tocada de narices hacia las Cofradías. Más allá de ideologías, más allá de colores políticos, más allá de preferencias religiosas, los políticos en general deberían pensar, por una vez en la vida, en pro de la ciudad. Y repito, lo que queda fuera de cualquier atisbo de duda es que la Semana Santa es beneficiosa para la población en su conjunto.
Quizá haya que aterrizar en qué se traduce eso del apoyo institucional. Por supuesto, lo básico es que haya una mínima inyección económica a cada Cofradía para que estas puedan afrontar los gastos de la salida procesional, aunque alguna vez he dicho que las Hermandades no deberían acomodarse en las subvenciones municipales. Sin embargo, hay otros pequeños detalles que quizá pasen más desapercibidos pero que son de igual importancia. Por ejemplo, en cuanto al acompañamiento por parte de las fuerzas de seguridad a las Hermandades. Desde que pone la cruz de guía la Cofradía en la calle hasta que se recoge el palio de vuelta. Lo que no es de recibo es que una Hermandad quede desamparada por las calles a expensas de que el convecino de turno sea cívico. Pero esto no siempre sucede, y no será la primera ni la segunda vez que veo coches atravesar cortejos de nazarenos porque no hay nadie vigilando que cosas así no sucedan. Demasiadas pocas cosas suceden, lo digo por experiencia. O acondicionando de forma mínimamente adecuada las calles por la que habrán de pasar nazarenos descalzos y costaleros, gente que se sacrifica ya no sólo por el bien de su Cofradía, sino también en beneficio de la Semana Santa como espectáculo -de nuevo en el buen sentido de la palabra- público.
¿Qué más habremos de hacer los cofrades para que se nos respete de forma adecuada? Haremos muchas cosas mal, no lo dudo, y yo soy el primero en criticarlo. Pero lo que no admite discusión es que las Hermandades reportan un beneficio incuestionable a la sociedad en general y a cada municipio en particular. Quizá el problema esté en nosotros mismos, que en numerosas situaciones no sabemos poner pies en pared y darnos el valor que merecemos.
Decía anteriormente que percibía un cierto descuido por parte de los equipos de gobierno hacia la Semana Santa, cuando la realidad es que lo lógico sería que pusieran todo tipo de facilidades para que las Cofradías transitaran por las calles de la ciudad con el mayor esplendor posible y con la mayor de las comodidades. No ya en beneficio de la religión cristiana, que también; no ya por la preservación y evolución de una de las tradiciones culturales con más arraigo de nuestra nación, sino porque estamos ante una festividad que quizá sea la que más público mueve de forma generalizada a lo largo del año. La Semana Santa, para bien -en unos casos-, o para mal -en muchos otros-, trasciende más allá de lo meramente religioso: es un fenómeno de masas que ha de ser cuidado y respetado como merece.
José Barea