Nuestra ciudad, en la antesala de la primavera, vuelve a llenarse de golpes de martillo que rompen el silencio y el frío de la noche, los ensayos de nuestras abnegadas cuadrillas así lo exigen.
Y en este baile de personas, cada uno conoce perfectamente su coreografía, a veces, hasta los vecinos de las calles por donde discurren lentamente con su cadencioso caminar, ejecutan los mismos movimientos repetidos tradicionalmente en estas fechas o fechas cercanas, retiran las cortinas con las manos y escrutan la calle tratando de adivinar el paso que ensaya, y este año donde coincidan varios pasos, se lo hemos puesto difícil, ya que han cambiado casi un tercio de los capataces y por lo tanto de sus equipos también.
Los costaleros, que desde siempre hemos sabido respetar las determinaciones, a veces locas, otras no tanto, de las juntas de gobierno, callan y respetan, trabajan a las ordenes del que manda, en un ejemplo inigualable de sumisión, aunque el que manda sea o no adecuado.
Pero en este baile de personas, de capataces, costaleros y vecinos, lo único cierto es que siempre son los mismos, muy pocos afloran como nuevos, y quien no le sirve a uno le sirve a otro, y casi siempre son los mismos que rotando pasan de una a otras hermandades.
Curioso ¿no?, pero real, esto pasa, no por nada, solamente por el tamaño de nuestra ciudad, son pocos los que saben y pocos los que pueden, pocos de los que saben se quedan sin salir, salvo algunas excepciones casi siempre por determinación propia.
Otra vez suena el martillo, rompiendo el silencio y la quietud de la noche, otra vez se oye la voz del capataz nuevo, repetir la frase “tos por igual valientes, ala esta es” y un nuevo golpe de martillo que le arranca un jirón a la noche, y aviva los cincuentas corazones, que llenos de esperanza rezan de forma especial desde el fondo del claustro abierto, ahora sin gualdrapas, música de zapatillas, música de un reproductor, y todo el silencio roto y un frío que hiela.
Una vez rajada la noche por el ruido de nuestras expectativas, desde las ventanas laterales unos ojos estudian lo que fuera está pasando, como si fuera fácil de entender, pero miran y piensan estos son los de... ¿Quiénes serán estos?
¿Quiénes serán los que vengan a renovar a los existentes?, ¿quienes serán los que lleguen al último día de esta silenciosa carrera que nadie sabe donde terminará? ¡Venga de frente!, y los costaleros a ciegas, mirando por los ojos de su capataz, atentos a la voz, emprenden un año más, su portentoso caminar, con seguridad, si ver más allá del primer obstáculo cantado por la voz del que dirige.
Una vez ha pasado queda solamente la noche rota, la calle vacía, las dudas de la mirada del vecino, la cuadrilla entera respeta lo mandado, y es que es su costumbre, su manera de bien hacer.
Obedecer a ciegas, los que dirigen cambiando cada año al que mira desde afuera, que poco serio, pero así es como se arregla la noche, rota por un martillo cualquiera.
Ahora solo resta el “ahí quedó” y todos para fuera, otro relevo, otro capataz y otra cuadrilla, otro año y la noche rota desde afuera.