Blas Jesús Muñoz. Nos situamos en la década de los noventa,
casi, como en un rincón de la memoria. Los capataces no son tantos y,
los costaleros, no acuden en legión a igualás o ensayos. Salvo contadas
excepciones, las cuadrillas van "cortitas" y todo apunta a que no habrá
cambios inmediatos en este sentido.
Dos décadas más tarde, la situación ha girado radicalmente.
Basten como ejemplo la mayor parte de las igualás celebradas este fin
de semana, donde la concurrencia ha sido máxima. Y, al detenernos a
buscar las causas del cambio, el primer espacio común al que mirar se
halla en algunos de los capataces que se dejaban la piel en aquellos
noventa y primeros dos mil.
Cuadrillas como las de Luis Miguel Carrión "Curro", primero
y actualmente; o posteriormente la de Juan Carlos Vidal han venido a
convertirse en algunos de los máximos exponentes de un auge que, en
Córdoba, encontró sus antecedentes en las cuadrillas de los Sáez, Muñoz o
Morillo.
El tiempo pasa y cualquiera podría atreverse, a día de hoy,
a pensar que ser capataz es algo realmente sencillo. Sin embargo, si
nunca lo fue antes y hubo que recorrer un desierto para llegar al oasis,
nada indica que lo sea, sino que el camino se ha recorrido bien.