Blas J. Muñoz. Las semanas distaban perseguida cuenta
atrás. Por un instante borró de de su mirada las sensaciones turbias de
un pasado no tan lejano y quiso mirar al cielo de la infancia. Aquél que
parecía inalcanzable desde la distancia infinita de aquel patio de su
recreo. La mirada atenta a las nubes sobre fondo azul, no dejaban de
descubrirle posibilidad y misterio.
La cara llena de churretes y la camiseta manchada por los
juegos no lo alejaban de aquella contemplación ni de cuanto pasaba a
escasos metros. Ajenos al bullicio del patio, los pasos cobraban su
forma junto al Santuario y las historias anónimas continuaban su
desarrollo argumental. El mismo que, años más tarde, iría descubriendo
en un azar de actor secundario, de lector ocasional.
Nunca conoció lo que hubo antes hasta que un amigo le contó
sus andanzas precedentes por aquellos mismos campos, por aquel azar de
los días en que Juan Martínez Cerrillo era el presente de una de sus
queridad cofradías. Hermandades como la de los Salesianos que crecerán
hasta llegar al momento exacto de aquella Cuaresma.
Regresó a otra tarde junto al río. Quizá era Martes, quizá
estaba en la otra mitad de la orilla que miraba a la Virgen de la Piedad
desde la distancia de aquel patio antiguo. Misteriosa e inalcanzable,
la infancia había regresado aquella noche, de regreso a su Santuario,
por María Auxiliadora.
Foto Álvaro Córdoba