El invierno se ha retrasado. El frío, la nieve y la lluvia se han hecho presentes. Han venido cuando nadie ya los esperaba, muchas fechas más tarde de lo que sería normal. Paradójico que esto haya sucedido a final de febrero. Es ahora, dos meses más tarde, cuando las bajas temperaturas cortan la cara de todos aquellos que osan pasear por las calles de pueblo. La verdad es que este invierno tan atrasado, coincide con una cuaresma tan adelantada, que hace que todo sea tan contrapuesto, así como que muchas cosas choquen de forma estrepitosa. No es normal acudir a una fiesta de regla de una hermandad, embutido en un grueso abrigo de lana y con una gorra calada hasta las orejas. Tampoco es lógico ver a estos nuevos costaleros de hoy, realizar sus ensayos con camisetas de tirantes a altas horas de la noche, precisamente cuando los rigores invernales son más crudos.
Aunque no lo parezca, lo cierto es que estamos en cuaresma y los días grandes se aproximan sin que nos hayamos dado cuenta. En nuestros templos los pasos comienzan a tomar forma, y ya se pueden ver parihuelas de cobran vida, cuando día a día les van colocando los accesorios que las convierten en ostentosos recintos sagrados que darán cobijo, los días pasionistas, a Dios hecho sagrada madera y a su Bendita Madre. Las horas pasan y la semana de Pasión se acerca de forma inexorable. En las casas de hermandad comienzan a salir de los armarios viejas cajas de cartón, que guardan añejos hábitos que son retirados por los hermanos, junto a la papeleta de sitio, para cuando la concienciación que el hábito debe de ser propiedad del cofrade, para formar parte de los cortejos que dentro de pocos días darán testimonio de su fe por las calles del viejo pueblo. Bajando la calle del Liceo comienza a oler a incienso y en una antigua calle barrera, donde antaño se ubicó el hospital de los Afligidos, las gentes guardan fila ordenada para comprar el capirote de cartón que eleve su espíritu al cielo en forma espigada y ascendente.
Los hay quienes ya empiezan a escudriñar de mil maneras, las previsiones meteorológicas para la Semana Santa. La lluvia es ese elemento no invitado, pero que con su aparición causa el pánico entre los cofrades. Si la jornada viene entrada en agua, las cosas no tienen discusión. La suspensión es segura. El testimonio de fe se hace de forma interna. El año que viene, Dios y la lluvia dirán. Lo malo son los chaparrones inesperados, con los cortejos formados y realizando su estación penitencial. Vivencias mil, y variadas estampas de desorden nos han dejado esos temporales de primavera en el devenir de la historia.
Son momentos efímeros. La Semana Santa en si es algo fugaz. Pasa tan rápido que no nos damos cuenta. Lo malo es que este pueblo milenario, lo que debía, o debió, ser algo provisional y de verdad temporal, se perpetua y se convierte en algo perenne y duradero. Viene esta reflexión al ver como se prodigan proyectos para sustituir a otros que jamás fueron concluidos. Pasos que se eternizaron en simples arquitecturas de ebanistería, o los más afortunados en inacabadas sombras, volutas y roleos que jamás conocieron el estuco y menos aún la batihoja de fino metal. También palios que se eternizan en terciopelos lisos, o con elementos de orfebrería inacabados de diversos talleres, sin unidad estética alguna.
Es la prueba de madurez de las cofradías cordobesas. Tomar líneas coherentes para abordar su patrimonio, con el solo objeto de hacer algo duradero y valedero, para que lo efímero alcance solo a lo inmaterial.
Quintín García Roelas