Año 1936, los ecos del alzamiento resuenan en la prensa diaria. Es el único medio posible en esa época para tomar el pulso a la situación social, pre bélica, que se vive en España. Eso y el silbido de alguna bala perdida en alguna manifestación. José es muy devoto de una Virgen de la ciudad y, hace unos años, encargó a un artesano de la vecina ciudad de Sevilla, un azulejo de su Virgen. Le presentó una estampa y el ceramista le elaboró una auténtica joya.
La tiene en su casa, situada en las faldas de la Sierra
Morena y, desde allí, baja todos los amaneceres a ver si hay faena. En
Semana Santa acompaña a un capataz que tiene una cuadrilla que porta
varias imágenes y así gana algo más de dinero que poder llevar a casa
porque el jornal da para poco. Antes de salir, le reza tres Avemarías a
su Señora y no se arrepiente de haber usado sus ahorros para que lo
guarde y le dé esperanza de que el mundo cambie y sea verdad eso que
dice el cura los domingos de que los últimos serán los primeros.
José es un republicano convencido. Cree en la justicia
social, en el reparto de la plusvalía y, aunque sabe leer a duras penas,
cogió soltura con los libros que ahora ha escondido de Marx y Engels.
Sin embargo, no puede compartir su materialismo histórico, su pesimismo
antropológico. Él no lo formula así, pero entiende que hay cosas que no
comparte. Como tampoco que se quemen iglesias y que sea verdad eso de
que van escondiendo vírgenes para que no las quemen.
Creer en Dios -se dice- nada tiene que ver con la República ni con las ideas de los de uno de los bandos.
José sabe y siente a su Virgen como una parte
imprescindible de su vida. Pero tiene miedo. Esta tarde casi recibe un
tiro porque alguien dijo a voces que saca Santos. Regresa a casa azotado
y decide escalar las paredes de la habitación donde está su Virgen para
que nadie la vea y la destruya. Antes de hacerlo se antigua, le reza
por última vez y llorando le pide mil perdones. José sabe que no va a
dejar de ser republicano, pero ni mucho menos va a dejar de seguir a
Cristo. Él sabe que no tiene miedo a que vean a su Virgen, sino a que
destruyan el símbolo de lo que tanto ama.