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jueves, 3 de marzo de 2016

El cáliz de Claudio: De Prócula a Rómulo


Hay encuentros que no se olvidan y amistades y afinidades que, por inesperadas, se guardan siempre en el mejor de los estantes de la memoria. Siempre fue así, siempre idealicé el pasado, pero algunos capítulos de mi vida no son parte del fruto de la distancia y sí nacen de la conciencia de que hicimos cosas grandes, aunque tu no lo sepas como compuso aquella canción Quique González para Enrique Urquijo.

Antes de escribir estas líneas me vino un recuerdo. Una escena en un bar de Madrid que es parte del rincón de mié recuerdos más querido, tú sí lo sabes. Allí, mientras brindábamos en la calle Hortaleza por nuestro pasado, presente y futuro, estaban en la barra Quique González y Leiva. Y, al recordarlo, he vuelto a pensar que soy un cofrade muy sui generis.

Ese pensamiento me llevó a otra parte, a dos almuerzos en la Cazuela. Más castizo y más crucial, uno de ellos, pero ése nos lo guardamos. En el otro compartí una de las mejores conversaciones sobre cofradías y teología que jamás he tenido. Desde Rahner a una revista de la que él iba a ser parte y, probablemente, me regaló las ideas que nunca tuve. Aquella tarde con Javier Bazán me devolvió la ilusión con la que empecé en esto y supe que tenía ante mi a alguien especial.

Pasaron los años, incluido un dossier sobre José de la Vega que se queda en mi sala de trofeos personales, a sabiendas de que todo el mérito fue suyo. Y aquel proyecto tocó a su fin en el momento preciso de decir un con Dios oportuno. Y, esta noche, he recordado que hace casi un año, en la Madrugá del Viernes Santo, un "¡jefe!" en la Encarnación me alegró mi madrugada del reencuentro de la forma más inesperada.

Hay personas que marcan tu vida para siempre y no te das cuenta hasta que pasa el tiempo y echas de menos lo que en aquel momento valorabas de forma incompleta. En aquella época también conocí a David y a los dos, por poco que los vea en persona sigo pudiendo mirarlos a los ojos. Como si mirásemos un espectacular misterio por primera vez, aun conservamos el asombro en cualquier espacio improvisado, por más que el tiempo haya pasado.
 Blas J. Muñoz
Foto: Álvaro Córdoba



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