Hay encuentros que no se olvidan y amistades y afinidades
que, por inesperadas, se guardan siempre en el mejor de los estantes de
la memoria. Siempre fue así, siempre idealicé el pasado, pero algunos
capítulos de mi vida no son parte del fruto de la distancia y sí nacen
de la conciencia de que hicimos cosas grandes, aunque tu no lo sepas
como compuso aquella canción Quique González para Enrique Urquijo.
Antes de escribir estas líneas me vino un recuerdo. Una
escena en un bar de Madrid que es parte del rincón de mié recuerdos más
querido, tú sí lo sabes. Allí, mientras brindábamos en la calle
Hortaleza por nuestro pasado, presente y futuro, estaban en la barra
Quique González y Leiva. Y, al recordarlo, he vuelto a pensar que soy un
cofrade muy sui generis.
Ese pensamiento me llevó a otra parte, a dos almuerzos en
la Cazuela. Más castizo y más crucial, uno de ellos, pero ése nos lo
guardamos. En el otro compartí una de las mejores conversaciones sobre
cofradías y teología que jamás he tenido. Desde Rahner a una revista de
la que él iba a ser parte y, probablemente, me regaló las ideas que
nunca tuve. Aquella tarde con Javier Bazán me devolvió la ilusión con la
que empecé en esto y supe que tenía ante mi a alguien especial.
Pasaron los años, incluido un dossier sobre José de la Vega
que se queda en mi sala de trofeos personales, a sabiendas de que todo
el mérito fue suyo. Y aquel proyecto tocó a su fin en el momento preciso
de decir un con Dios oportuno. Y, esta noche, he recordado que hace
casi un año, en la Madrugá del Viernes Santo, un "¡jefe!" en la
Encarnación me alegró mi madrugada del reencuentro de la forma más
inesperada.
Hay personas que marcan tu vida para siempre y no te das
cuenta hasta que pasa el tiempo y echas de menos lo que en aquel momento
valorabas de forma incompleta. En aquella época también conocí a David y
a los dos, por poco que los vea en persona sigo pudiendo mirarlos a los
ojos. Como si mirásemos un espectacular misterio por primera vez, aun
conservamos el asombro en cualquier espacio improvisado, por más que el
tiempo haya pasado.
Blas J. Muñoz
Foto: Álvaro Córdoba