Blas J. Muñoz. Acarició una noche más de aquellos días que marcaban el tránsito hacia el encuentro con la verdad deseada, necesaria. La noche le servía para indagar en sus anhelos, en los sueños convertidos en realidad, al menos, por unas horas. La imagen de Mujer que le vino al pensamiento tenía la certeza de que pronto cumpliría la ilusión de sus devotos.
Aquella Virgen, tan niña y tan mujer, que ilustrada su barrio con un cartel inmenso que dice sin palabras (qué falta harán, se dijo), que cuenta lo que hay que contar sin palabras, con su rostro mismo ilumando su plaza, sus calles, la salida cotidiana de cada amanecer que es distinto bajo sus párpados, donde la luz cae con la sutileza de las pequeñas victorias disfrutarás a diario, en silencio.
Contigo a la calle, Salud. La frase martilleaba en sus pensamientos como un presagio antiguo, como unbritual predicho de va tales que se construyen en la contención ilusionada del deseo que se acerca, del empeño predicho que no hallará otra solución que cumplirse.
Las calles vacías, mientras sus hijos dormían parecían guardadas por Ella, desee aquel cartel, el emblema de sus habitantes. Todos necesitamos una causa por la que luchar -pensó-. Entre tanto supo que pronto saldría de su Iglesia y que simplemente quería poder estar allí para verla, a ella, a la Virgen de la Salud.
Recordatorio Donde nace el Azahar: Buscando tu rostro