Suspira el querubín batiendo las alas a todo tren para huir de la ola de calor africana pero suda más que si se estuviera quieto en una nube y no tendría la cara roja del sofoco y no de desayunarse unos cuantos carajillos de sol y sobra, aunque una buena sombra es lo que quiere.
Suspiros alados por esos capataces mayores que lo eran todo en su hermandad y creían que mandarían a título más que emérito. Y un día llegó un delfín y se convirtió en tiburón y le mordió la banda y los aniversarios.
Suspira el Ángel porque sabe que los enfados se pagan con el que menos culpa tiene y cuando suena la banda arria el paso y ahora le gusta más el tambor que las saetas y anuncia en grupos virtuales cabildos infernales, mientras juega en otros campos donde los amigos le aseguran la prejubilación.
Joaquín de Sierra i Fabra