La necesidad de realizar un estudio preciso sobre las imágenes de Nuestro Padre Jesús Caído y Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad y su retirada al culto, no sólo deja una capilla huérfana y vacía, deja a una hermandad y a un enorme número de devotos, ávidos de información sobre el estado de sus titulares.
De todos es sabido que las imágenes son el patrimonio más importante de una hermandad. Son el fundamento primitivo y profuso de la misma, la devoción, el sentir y la razón de ser gira en torno a ellas. Ellas cobran vida a través de los sentimientos de sus fieles y devotos. Cualquier intervención en ellas causa sentimientos encontrados, sensaciones agridulces y emociones dispares, pues aunque sabemos de la necesidad, siempre nos queda esa incertidumbre natural, ese miedo tenue, similar al que podemos sentir cuando a cualquier familiar querido le realizan un chequeo médico y es sometido a una intervención quirúrgica, que aunque necesaria y más que probablemente satisfactoria, genera una situación de desconocimiento que nos lleva a la preocupación.
Como bien sabemos, se desconocen los autores que tallaran ambas imágenes y los escritos que se poseen, no aportan gran información sobre la autoría o las posteriores intervenciones que se realizaron sobre ellas. La más detallada está fechada en 1980, cuando de manos de Miguel Arjona se realiza un profundo estudio y restauración de las mismas. Pero no es hasta 1991 cuando, a través de un artículo escrito a medias entre él y su sobrino sobre “la restauración de la imágenes devocionales” donde se recoge de manera detallada ciertos aspectos y los criterios en la intervención de las mismas, Miguel Arjona esboza la posible procedencia de Nuestro Padre Jesús Caído, ligándolo a la escuela a la Granadina, concretamente relacionándolo con Pedro De Mena y fechándolo entre 1656 y 1676, años que van desde la entrega al convento de San José y de la construcción de la primitiva capilla.
Somos conscientes del trabajo que se realizó en aquellos años y sabemos que la intervención fue grande, no encontrándose rastro de pergamino o marca que delate el nombre o pistas determinantes sobre el autor o autores de las misma, pero también conocemos que en esta intervención pudieron quedar algunos resquicios donde buscar. Quizás el destino nos depare sorpresas como las que se produjeron en la vecina ciudad sevillana tras la restauración del Cristo de las Penas de la hermandad de la Estrella en 1997.
Sea cual sea el resultado, lo que todos esperamos es el buen estado de las imágenes, la reposición y el mantenimiento de las mismas y el agradecimiento eterno a aquellos que han conseguido su conservación hasta nuestros días y por supuesto a sus creadores, pues fueran quienes fueran, una cosa es clara, sus magistrales manos tallaron obras de arte de hermosa factura, llenas de expresividad, que conmueven y emocionan a todo aquel que las contempla.
Manuel Orozco
Fotos Antonio Poyato