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domingo, 21 de agosto de 2016

Un mes de ausencia


Esther Mª Ojeda. Aunque tras una restauración siempre se encuentra la incuestionable necesidad de la conservación de los titulares y de tenerlos de regreso en óptimas condiciones, la espera no deja de hacerse patente en cada día de ausencia, especialmente cuando ese vacío se adueña del sentimiento de todo un barrio como es el Cerro.

María Santísima de la Encarnación cumplía estos días su primer mes alejada del cariño de sus devotos debido a las labores de conservación a las que debía someterse y para lo que volvió a las mismas manos que le diesen forma en el año 1980: las del imaginero sevillano Luis Álvarez Duarte, quien también realizó para Córdoba las bellísimas imágenes de la Virgen del Rosario, la Soledad, el Desconsuelo y la Reina de los Ángeles, dejando en todas ellas su particular sello en ese hoyuelo tan característico de la barbilla.

Era el pasado 15 de julio cuando la Hermandad del Amor, arropada por el afecto de su barrio, despedía a la única Virgen que Córdoba ve mecerse año tras año sobre los hombros de una cuadrilla de mujeres. Una partida que se vivió en su sede con una misa y un besamanos que sirvió para que sus fieles observasen con una atención especial el rostro de la Virgen de la Encarnación aunque también con la tranquilidad que siempre supone saberla junto a su autor en un proceso que no dejará en su rostro huella alguna.

El lugar irreemplazable que la dolorosa del Amor ha dejado tanto en Jesús Divino Obrero como en el corazón de sus fieles ha conseguido, incluso, que el deseo de tenerla de vuelta cuanto antes se materialice en una significativa donación. La de una niña de diez años que se ha acercado hasta su casa de hermandad con la esperanza de que este humilde y valioso gesto sirva para agilizar la restauración como una muestra excepcional del amor que los vecinos ya demostraron con su incondicional compañía en el pasado Domingo de Ramos, en el que su gente permaneció a su lado en todo momento celebrando su salida en un primer momento para después deshacer el camino que apenas se había adentrado en el Campo de la Verdad y culminó a las puerta del templo entre lágrimas y aplausos.


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