El mundo de las cofradías es un conglomerado que se compone de individuos de muy distinta índole, desde personas con una vasta cultura y una preparación sobradamente contrastada hasta perfectos inadaptados que podrían ilustrar con su fotografía la palabra imbécil en cualquier diccionario. A veces, una tiene la sensación de que los que opinamos sobre cofradías o sobre cualquier otra cosa, perdemos nuestro tiempo clamando en el desierto. Y es que hay idioteces recurrentes que más allá de que quienes las defiendan tengan más o menos tara mental, no hacen sino despertar una sonrisa condescendiente en el receptor del mensaje, que a veces suele derivar en una suerte de desesperación fruto de no acabar de comprender cómo algunos siguen dándole vueltas a lo mismo como burros en una rueda de molino, pretendiendo que sus rebuznos se conviertan en opinión cualificada cuando son incapaces de provocar en terceros otra cosa que no sea sonrojo. Hay argumentos que para niños de 7 años pueden resultar aceptables pero que para sujetos en presunta edad adulta superan con creces la categoría de argumento para situarse en el nivel de esperpento y espantoso ridículo.
Una de estas tesis recurrentes defiende que si alguien, hermano de una cofradía, opina en voz alta, en un medio o en cualquier otro sitio, incumple algún mandamiento de la Ley de Dios. Al parecer, según ciertos personajillos que deambulan por redes sociales, un opinador puede discernir sobre lo que le plazca salvo de las obras de quienes dirigen la hermandad a la que pertenece. Parece ser que existe una especie de imperativo legal en virtud del cual sus opiniones han de quedar obligatoriamente circunscritas al ámbito del Cabildo de hermanos. Imagino que ese argumento no sirve para quien se enfada por un cambio musical y acude al Obispado esgrimiendo las Reglas de su Cofradía pero claro, ya sabemos ese tipo de falacias solamente se exigen de manera selectiva, en función del grado de amiguismo de cada cual, o en ciertos casos dependiendo de frente a quién se está acostumbrado a practicar la genuflexión.
Defender semejante memez a estas alturas de la película, es equivalente a exigir a cualquier afiliado de un partido político que formule sus opiniones exclusivamente en los órganos de dirección del partido habilitados al efecto, la asamblea, por ejemplo, o pretender impedir a un socio de un equipo de fútbol que se exprese libremente sobre el juego del equipo en la barra de un bar o donde estime oportuno. Esto, que suena a idiotez de proporciones bíblicas, algunos pretenden aplicarlo al mundo de las cofradías sin que se les caiga la cara de vergüenza. Ni que decir tiene que semejante infantilismo en la elaboración de un argumento define la capacidad intelectual de quien los enuncia pero ello no resta ni un ápice de la sonrisa derivada y en ocasiones, aunque sólo sea por el aburrimiento que causa la reiteración, el hartazgo en cualquier persona con dos dedos de frente que los escucha o lee.
Es decir, se puede opinar de cualquier hermandad salvo de aquella de la que se pagan cuotas porque sólo puede hacerse en este caso en el Cabildo de hermanos, “porque yo lo digo”. Ah, y no se lo pierdan, si se censura la actuación de la Junta de Gobierno de la corporación en cuestión hay que presentar una candidatura a hermano mayor en lugar de opinar con una carta al director en cualquier periódico, en una web o en un muro de Facebook, o sea o eres candidato a hermano mayor o te callas, así, sin anestesia. Y pensar que algunos de quienes defienden este tipo de estupideces piensan (es un decir) que sus argumentos son referencia para alguien...
He de reconocer que hay momentos puntuales en los que una piensa que carece de sentido seguir opinando cuando se encuentra con esta clase de individuos, algunos de los cuales llevan argumentando la misma estulticia desde hace años, primero por defender a dictadores que convirtieron casas de hermandad en cortijos y luego sencillamente por odio hacia quien opina, no le den más vueltas, esta es la única causa que explica determinada fijación; esa y un complejo de inferioridad derivado del fracaso de sus vidas mediocres. Pero inmediatamente después recapacito y pienso que si hay quienes continúan repartiendo carnets de cofrade y determinando quién puede expresarse con libertad y quién no, por decencia, por salud democrática y porque no estoy dispuesta a dejarles el campo libre a esta clase de rancios antidemócratas trasnochados, más que nunca son necesarias voces que sirvan de contrapeso a las de quienes están convencidos de que las cofradías son suyas y que el resto de mortales hemos de plegarnos de manera sumisa y silenciosa a su ley intocable.
Ahora, insisto, más que nunca, es el momento de levantar la voz, con rotundidad, le guste a quien le guste. Como decía Rubén Darío “ladran, señal de que cabalgamos”. Tal vez el camino esté siendo más largo y tedioso de lo que algunos imaginaron hace años pero ya saben: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”. Algunos llevamos demasiados años caminando, como para parar ahora.
Ahora, insisto, más que nunca, es el momento de levantar la voz, con rotundidad, le guste a quien le guste. Como decía Rubén Darío “ladran, señal de que cabalgamos”. Tal vez el camino esté siendo más largo y tedioso de lo que algunos imaginaron hace años pero ya saben: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”. Algunos llevamos demasiados años caminando, como para parar ahora.
He dicho
Sonia Moreno
Foto Antonio Poyato