José Ignacio Dionisio. Sonido de oro y metal completado con baquetas contra la madera... para algunos nada del otro mundo. Nada para esos que no sienten el movimiento de algo oculto en su interior que solo aflora el Miércoles Santo. Pero nada está perdido, nada se pierde si hay Paz y Esperanza en nuestros corazones, esos que palpitan con estampas como las que humildemente intentaré plasmar en apenas unas líneas que no serán ni décima parte del espectáculo que solo unos pocos pueden vivir, apenas unos pocos que son capaces de “coger hueco” en lugares por donde Ella pasa.
Imagínense una calle cualquiera, digamos la Calle Osario de Córdoba, esa de la que se dice que Cervantes mencionó en algunas de sus obras , la que tomó su nombre de una de las puertas de nuestra sultana y envidiada ciudad, y que daba acceso al Campo de la Merced. Calzada repleta de piedras que guardan historias, pasos de tiempo y de suelas de zapatos que ansían permanecer por la eternidad sobre el pavimento. Imagínense también que una abarrotada esquina observa el paso de un cortejo de nazarenos con túnicas blancas y motivos verdes que como un río de vida se mueve lentamente en dirección al paraíso.
Se observa una humareda embriagadora, y entre las formas que el olor va dibujando, aparecen cuatros pequeñas llamas en manos de unos ciriales que con elegantes dalmáticas dibujan el cuerpo de acólitos que tienen el honor y sin duda alguna el placer de anunciar la llegada de algo grande. La noche se hizo presente a regañadientes, no por su desgana, sino más bien por la resistencia que el mismo sol atesoraba de no poder ver su estampa hasta el próximo año.
Continua sonando esta vez un solo de trompeta cuyas notas se deslizan entre las paredes del reducido espacio, acariciando los oídos de todos aquellos que escuchan asombrados, y observan extasiados, el resplandor que se intuye y va llegando gracias al conjunto que forman esa noche imponente y esa candelería que abre camino. Ya aparecen esos inconfundibles varales que sustentan el maravilloso palio transparente que con sus destellos ciegan incluso a los más escépticos, porque es tanta la belleza del conjunto, que solo seres inertes serían capaces de no derramar ni un suspiro.
Se alinean multitud de elementos en muy pocos metros cuadrados, y a esa Amargura que va sonando, se une el peculiar campanilleo en un movimiento de los que dan paso a esa trasera que porta la majestuosa figura de la que solo da Paz y Esperanza anulando todo lo demás. Sigue con su paso corto, como quien no quiere privar a nadie de ese espectáculo, pero ya podemos verla, con su blanca saya y ese fajín rojo que se hace aún más visible. Se une un elemento sonoro más, un “izquierda alante, derecha atrás” que por escasos minutos nos permite verla desde distintos puntos de vista y que nos lleva a asegurar su completa belleza. Pero rompe la marcha y con ello el júbilo y aplauso de los que son afortunados de observar como ese adoquinado suma una historia más sobre si, esta vez al paso de la cautivadora imagen de Nuestra Señora de la Paz y Esperanza, que tristemente para los presentes se marcha para alegrar con su paso al pueblo de Córdoba que la espera.