Esther Mª Ojeda. “Tiene este convento… una sagrada, venerable y devotíssima ymagen de Christo nuestro Redentor Crucificado, de cuerpo y estatura natural, que con los brazos de la cruz tiene, de brazo a brazo, tres varas y de largo dos y media, porque la capilla no tubo capacidad para dexarle a la cruz la estatura proporcionada que pedían los brazos. La materia de que está hecho es de cañaheja, y la de la cruz de cedro. Que todo se hizo y se labró en las Indias, en la ciudad de la Puebla de los Angeles, en el Reyno de Nueva España, a expensas de Andrés Lindo, vecino de esta ciudad de Córdoba y residente entonces en la dicha Puebla de los Angeles, y lo embió a esta ciudad a Francisca de la Cruz, su hermana, viuda, muger que fue de Esteban Fernández de la Cámara, vecino de esta ciudad y familiar del Santo Oficio de la Inquisición en ella, la cual dicha señora, por mucha devoción que tenía a este convento, le hizo donación irrevocable y graciosa de dicha santa imagen para que la tuviese en su templo…en el altar o capilla que mejor le pareciese…En razón de ello se otorgó por las partes contrayentes por ante Agustín de San Juan, escribano público de Córdoba, en ella a los 4 de febrero de 1618 años”.
Así se relataban los pormenores más reseñables relativos al Santísimo Cristo de Gracia en las memorias del Convento de los Padres Trinitarios Descalzos de Córdoba. Un texto que la desaparecida revista Alto Guadalquivir compartía con sus lectores en la edición publicada en el año 1982 para ponerles así en antecedentes, corroborando con ello la indiscutible procedencia del colosal crucificado, al que se describía como una “muestra de cultura hispanoamericana”, mejicana más concretamente y fechando su hechura a comienzos de un remoto siglo XVII, lo cual ya suponía un sobrado motivo para reconocer al conmovedor Esparraguero como una de las imágenes pasionistas más antiguas de la Semana Santa de Córdoba.
El motivo alegado por Alto Guadalquivir para acercar el pasado de tan querida y destacable imagen se correspondía con el proyecto de restauración del titular que por aquel entonces llevaba a cabo la hermandad. La Junta de Gobierno así lo decidía en el mes de abril de 1981, dada la evidente necesidad – sorprendente y apreciable en la foto que ilustra este artículo – de someter al Santísimo Cristo a una restauración. La difícil labor de devolver al imponente crucificado a su estado natural recaía en las manos de un solicitado Miguel Arjona Navarro, quien terminaría dando alguna que otra sorpresa a la comunidad cofrade cordobesa.
Con la llegada del Esparraguero al taller del imaginero en el mes de mayo, Arjona se ponía manos a la obra comenzando por un minucioso e imprescindible estudio de la talla, puesto que el artista reconocía abiertamente no estar familiarizado con el material del que está hecha la imagen. Los resultados del análisis sorprendían al propio escultor tras haber comprobado que la materia que daba forma al Señor era considerablemente más débil de lo que había estimado en un principio. Así pues, la composición del Santísimo Cristo de Gracia resultaba ser “una capa de lino, otra de cáñamo, otra tercera de cañaheja pelada de dos centímetros de ancho por diez y veinte centímetros de largo aproximadamente, unidas entre sí por cola fuerte de animal, sobre esta otra de cáñamo y lino, y como terminación exterior sulfato de yeso, concluyendo con la encarnación al óleo.
Con estos impactantes datos que desvelaron el proceso de realización del Esparraguero allá por el siglo XVII, quedaba expuesto que se trataba pues de una imagen de semejantes características a la del Cristo del punto de la Catedral y a la del Cristo Crucificado de la Parroquia de Santiago de Montilla, al tener la certeza de que esta composición había sido empleada en una cantidad muy selecta de casos.
Bajo esta premisa, Arjona determinó que la restauración del Cristo de Gracia requería, en primer lugar, inyectar las cañas con resinas para contribuir a una consistencia mucho mayor de la estructura y a continuación eliminar la carcoma. Sin embargo, aún llegados a este punto, los movimientos típicos realizados durante una estación de penitencia, seguían haciendo que la estructura del Esparraguero fuese fácilmente susceptible al deterioro, con lo cual Arjona creyó conveniente realizarle una cala en la espalda, insertándole así un armazón de aluminio que se extendía desde la cabeza a los pies y también de mano a mano. De este modo el imaginero lograba fortalecer a la talla en su totalidad sin deformar su estructura original a pesar de que, así y todo, la composición del crucificado sería siempre más frágil que la de otras tallas ejecutadas en madera.
Como puede deducirse del aspecto mostrado en la fotografía que encabeza el artículo, tampoco las capas superficiales del Cristo quedarían exentas de retoques. Para este propósito Miguel Arjona se veía en la obligación de buscar la encarnación original del Esparraguero, eliminando con ello varias capas de pintura que se extendían por tres cuartas partes de la imagen. Asimismo, el crucificado quedaba desprovisto del sudario de madera que le había sido añadido en otras ocasiones deformando la talla. Tras esto, el imaginero se decidía a incorporar en su lugar otro sudario de lino encolado siguiendo el método empleado anteriormente.
Con estas explicaciones y el pertinente resultado, Miguel Arjona daba por concluida una restauración del todo inusual, esperando complacer a la Hermandad del Santísimo Cristo de Gracia, que tantos esfuerzos económicos había hecho con tal de volver a ver a su adorado titular en las mejores condiciones.
Fotografía Alto Guadalquivir