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domingo, 30 de diciembre de 2012

El pueblo lo sabe

Mi infancia es un humilde palio de malla inundando el cielo estrellado de la noche del Miércoles Santo, y una sencilla candelería cuyos rescoldos aún perduran a la orilla de la calle Tesoro... y Tú, siempre Tú...

Luego llegó el palio de mi adolescencia, el que derramaba palomas por las esquinas de San Zoilo y recortaba el ansia de grandeza de quien crea que sólo el hilo de plata otorga prestigio a tu reino, como si hiciesen falta añadidos artificiales a tu Divina Majestad... y en el centro de todo Tú... siempre Tú.

Y ahora regresa la arrogancia del nombre propio al Paraíso, la soberbia que manejaba con férrea mano el timón de tu navío, la que gobernaba tu casa como si de un cortijo se tratase, para iluminarnos de nuevo, con su vasta sabiduría, con su especial sensibilidad; el ego que vino a salvarnos de lo que él mismo nos dejó en herencia hace apenas un cuarto de siglo y que de repente no era digno de tu magnificencia... olvidando en su infinita ignorancia, que la Gloria eres Tú, la Magia eres Tú, el Cielo eres Tú... siempre Tú y sólo Tú... que eres el Alfa y la Omega de nuestra existencia y que no eres ni más bella ni más pura ni más excelsa que hace tres días por obra y gracia del hombre, de ningún hombre, porque no se puede mejorar la excelencia...que nadie crea ser la causa de tus maravillas porque Tú ya eras maravillosa... y el pueblo lo sabe...



Encontró toda Córdoba tu mirada mucho antes de que amurallasen el hogar de mi memoria y la seguirá hallando, entre el blanco y oro de mi infancia o rebuscándote en el mar de plata en que ahora te bañas, por muchas tempestades que azoten tu calma... por los siglos de los siglos...


Yo no entiendo de cuadrillas,
ni de marchas ni de flores,
sólo se que tus orillas
están llenas de pasiones
de tu gente más sencilla,
que no sabe de escultores,
saetas o canastillas,
de orfebres ni de pintores.

No te hace falta corona,
ni esmeraldas que te adornen,
ni las más radiantes joyas
llenas de historia y pronombres;
pero si que a todas horas
la fe del pueblo te honre,
rezando, Blanca Paloma,
Soberana de los hombres.

Podrá no ser oro fino,
lo que borde tu figura,
porque tu rostro divino
no necesita envoltura,
por ti me siento cautivo,
de tu luz y tu hermosura;
no necesito motivo,
para buscar tu fortuna.

Quizá te falte en el paso
plata pura en los varales,
deslumbrando en el ocaso
al que sepa de hermandades,
aunque no fuera bordado
lo que tu manto engalane;
¿qué tienes que has camelao
a todo el pueblo en la calle?...

Y todo el pueblo lo sabe
cuando a la calle Tú sales
Córdoba entera busca tu hermosura,
aunque te azote con tempestades
el mar de la dictadura.


Guillermo Rodríguez





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