Se regocija el ser humano occidental
del siglo XXI, en su miserable prepotencia, por haber alcanzado cotas inimaginables
de erudición, olvidando y menospreciando las culturas que le son ajenas o la
sabiduría de nuestros antepasados, mientras bucea en el etnocentrismo más
barato. Pregona a los cuatro vientos que, en el mundo de hoy, el hombre sólo cree en lo que observa y en lo que toca, como Tomás palpando con sus dedos las heridas de Cristo, obviando
que continuamente se otorga la condición de verdad absoluta a una multiplicidad
incontable de factores que jamás fueron sometidos al filtro de los sentidos. Cuando el científico afirma la existencia de partículas inferiores al átomo, o el descubrimiento de un planeta más allá de la Vía Láctea, nadie lo
pone en duda, a pesar de que el hombre corriente jamás pisó un laboratorio. Y
creerlo, para el hombre de a pie, no deja de ser fe; otra categoría de fe si se
quiere, pero fe. A cambio de ello, el despotismo de la ciencia oficial minimiza los saberes que
proceden de orígenes diversos o antiguos y concede la categoría de incuestionable al que se ciñe a su cauce.
¿Cuánto conocimiento milenario ha
sido desechado por el oficialismo, empujando a la humanidad a dar la espalda a
la madre Tierra y al resto de la Creación? ¿Por qué el discurso del agnóstico o
del ateo está por encima del bien y del mal y adquiere la categoría de
evidente? ¿Acaso no existe lo que no se puede ver, analizar o medir?
¿Quién duda de que el Amor o la Felicidad son cualidades inherentes al ser
humano? ¿Pueden ser sometidos al método científico?... En cambio, se duda constantemente del alma, de que la vida proceda de un
soplo divino, de la mano de un Creador o de la existencia del mismo Dios. Nos
parece imposible que un Ser Superior haya engendrado la vida de la nada, mientras se antoja perfectamente asumible que una explosión cósmica sea el origen de todo. ¿Qué o quién desató la caja de los truenos?... Por más que la ciencia atrase el minutero del tiempo, siempre
existirá un hueco para la Fe... para la búsqueda de una Verdad más elevada e
indemostrable.
¿Y el alma? ¿En qué rincón oculto de
la condición humana se esconde la esencia divina que hace que el hombre sea
hombre y no un ser vivo más. Cuál es el elemento que nos hace
distintos, únicos y capaces de crear arte, de cambiar el planeta, perfeccionarlo o
destruirlo. ¿Qué es lo que hace que el espíritu sea puro y blanco u oscuro como el
más desolado de los abismos? La vida está preñada de preguntas cuya única
respuesta siempre será la Fe… porque no toda la realidad que nos envuelve se
puede mirar, tocar, oler o contar…
Un
Dios, un sol, una madre,
un
sólo amor verdadero,
una
raza y una sangre,
una
Verdad, un sólo Cielo.
Dos
corazones unidos
por
dos hermosas palabras,
dos
las orillas del río
y
el brillo de tu mirada.
Tres
la Familia Sagrada,
tres
las caídas de Cristo,
tres
personas demasiadas
si
no te gusta el peligro.
Cuatro
clavos la condena
del que murió en Capuchinos,
cuatro
destinos que esperan
en
un cruce de caminos.
Y
en torno gira la vida,
indefinible
existencia,
¿dónde
encontrar la guarida
en
que el alma, extraña esencia,