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lunes, 14 de enero de 2013

Recontando la vida


Se regocija el ser humano occidental del siglo XXI, en su miserable prepotencia, por haber alcanzado cotas inimaginables de erudición, olvidando y menospreciando las culturas que le son ajenas o la sabiduría de nuestros antepasados, mientras bucea en el etnocentrismo más barato. Pregona a los cuatro vientos que, en el mundo de hoy, el hombre sólo cree en lo que observa y en lo que toca, como Tomás palpando con sus dedos las heridas de Cristo, obviando que continuamente se otorga la condición de verdad absoluta a una multiplicidad incontable de factores que jamás fueron sometidos al filtro de los sentidos. Cuando el científico afirma la existencia de partículas inferiores al átomo, o el descubrimiento de un planeta más allá de la Vía Láctea, nadie lo pone en duda, a pesar de que el hombre corriente jamás pisó un laboratorio. Y creerlo, para el hombre de a pie, no deja de ser fe; otra categoría de fe si se quiere, pero fe. A cambio de ello, el despotismo de la ciencia oficial minimiza los saberes que proceden de orígenes diversos o antiguos y concede la categoría de incuestionable al que se ciñe a su cauce.


¿Cuánto conocimiento milenario ha sido desechado por el oficialismo, empujando a la humanidad a dar la espalda a la madre Tierra y al resto de la Creación? ¿Por qué el discurso del agnóstico o del ateo está por encima del bien y del mal y adquiere la categoría de evidente? ¿Acaso no existe lo que no se puede ver, analizar o medir? ¿Quién duda de que el Amor o la Felicidad son cualidades inherentes al ser humano? ¿Pueden ser sometidos al método científico?... En cambio, se duda constantemente del alma, de que la vida proceda de un soplo divino, de la mano de un Creador o de la existencia del mismo Dios. Nos parece imposible que un Ser Superior haya engendrado la vida de la nada, mientras se antoja perfectamente asumible que una explosión cósmica sea el origen de todo. ¿Qué o quién desató la caja de los truenos?... Por más que la ciencia atrase el minutero del tiempo, siempre existirá un hueco para la Fe... para la búsqueda de una Verdad más elevada e indemostrable.

¿Y el alma? ¿En qué rincón oculto de la condición humana se esconde la esencia divina que hace que el hombre sea hombre y no un ser vivo más. Cuál es el elemento que nos hace distintos, únicos y capaces de crear arte, de cambiar el planeta, perfeccionarlo o destruirlo. ¿Qué es lo que hace que el espíritu sea puro y blanco u oscuro como el más desolado de los abismos? La vida está preñada de preguntas cuya única respuesta siempre será la Fe… porque no toda la realidad que nos envuelve se puede mirar, tocar, oler o contar…


Un Dios, un sol, una madre,
un sólo amor verdadero,
una raza y una sangre,
una Verdad, un sólo Cielo.

Dos corazones unidos
por dos hermosas palabras,
dos las orillas del río
y el brillo de tu mirada.

Tres la Familia Sagrada,
tres las caídas de Cristo,
tres personas demasiadas
si no te gusta el peligro.

Cuatro clavos la condena
del que murió en Capuchinos,
cuatro destinos que esperan
en un cruce de caminos.

Y en torno gira la vida,
indefinible existencia,
¿dónde encontrar la guarida
en que el alma, extraña esencia,
está escondida?


Guillermo Rodríguez





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