Campamento, Tentudia, Almonacid, Cofia, Valme, Santo Rey… la lista continúa. Son los nombres de las calles del antiguo arrabal de San Bernardo; también el recuerdo de la antesala y la impronta de los protagonistas de que Isbiliya sea hoy Sevilla. Las tropas cristianas del rey Fernando III alcanzaron las proximidades de la muralla que cercaba la Sevilla almohade a la altura de la entonces Puerta de la Perla, luego de la Carne, el 20 de agosto de 1246, festividad de otro santo, Bernardo, muy devoto de la Virgen María como el monarca. Para dar culto al Santísimo, su otro fervor, San Fernando mandó levantar una ermita sacramental en la planta de la actual parroquia bajo el nombre de la citada onomástica que bautizaría más tarde al barrio y a la hermandad que lo mantiene hoy con vida.
Y es que si en algo coinciden los pocos vecinos que crecieron y aún residen en San Bernardo, aquellos veteranos que sienten de corazón las calles donde echaron los dientes correteando tras una pelota o imitando los muletazos de sus más valientes hermanos en Cristo, es que sin la cofradía “el barrio estaría muerto: la hermandad es su cordón umbilical”, apunta Manolo, consiliario y propietario de Casa Ramírez, en plena calle Ancha, “apenas el diez por ciento de los hermanos viven aquí”.
La pregunta es inevitable: ¿por qué se apuntan tantos cofrades a San Bernardo? La tradición familiar, ligada íntimamente al viejo arrabal, es uno de los principales motivos: a raíz de la gran inundación de 1961 comienza una diáspora escalonada hacia nuevos barrios como el Cerro del Águila o el Polígono de San Pablo; un éxodo inducido a su vez por el aislamiento de la zona a causa de la red ferroviaria y que continuará hacia Alcosa en la década posterior, y culminará a finales de los años ochenta dejando atrás un barrio de San Bernardo completamente abandonado, de casas en ruinas, atractivo foco de okupas. “He llegado a ver un burro en ese balcón”, señala Manolo Ramírez.
No obstante, a la vinculación familiar al barrio debe sumarse que la hermandad de San Bernardo ha sabido mantener intacta su identidad y sabor popular a lo largo del tiempo, de ahí su constante pero imparable crecimiento hasta el punto de ser la tercera cofradía, tras la Macarena y el Gran Poder, que pone en la calle más nazarenos, en torno a los 2.400, a pesar de su largo recorrido.
El milagro se produce sólo una vez al año: las fantasmagóricas calles de San Bernardo resucitan por unas horas cada Miércoles Santo, el silencio se torna en bullicio y la procesión en “la fiesta del barrio: es muy emocionante. Me encanta encontrarme con mi gente, con los amigos de la infancia a los que no veo el resto del año”, cuenta Ángel Bandera, vecino de la calle Guadaira, “siempre se ponen junto a sus antiguas casas, donde vivían antes de irse de aquí, de modo que sé dónde localizarlos”. Ángel ha pasado toda su vida en San Bernardo. Costalero de la primera cuadrilla de hermanos del Cristo de la Salud a órdenes de Salvador Dorado El Penitente, ahora acompaña orgulloso a su nieto de tan sólo un año en su breve estación de penitencia. “Calculo que sólo quedamos el 30 por ciento de los vecinos de siempre, sobre todo inquilinos de renta antigua”, comenta Bandera, “el barrio ha cambiado mucho, ya no se ven niños jugando en la calle: se ha convertido en un arrabal de lujo, pero yo lo tengo claro: en San Bernardo nací, crecí y moriré”.
El antiguo Cristo de la Salud por el puente de San Bernardo |
Un cirio encendido
Basta con pasear por los alrededores de la antigua Fábrica de Artillería, a modo de viaje en el tiempo por la Sevilla de adoquines y farolas fernandinas en peligro de extinción, para advertir la renovación integral que han sufrido las viviendas del barrio. Cercado por altos edificios de oficinas cuales murallas que están precipitando un aislamiento del arrabal que el indulto del puente ya evitó tras la Exposición del 92, auténtico emblema de la cofradía que reinauguró a su paso el siguiente Miércoles Santo, la exuberante tranquilidad que caracteriza hoy a San Bernardo sólo es alterada durante el día por el alboroto de las obras que están culminando esta última reurbanización. La intensa actividad de la cofradía, punto de encuentro entre vecinos y aquellos hermanos asiduos emigrantes o forasteros, mantiene viva cada noche la única llama que ilumina la escena. “Con la apertura de la nueva casa hermandad, en tan sólo unos días, las posibilidades de convivencia se multiplicarán”, asegura el exhermano mayor, Antonio Rodríguez.
El día a día de la cofradía se ha desarrollado en los salones parroquiales durante los dos últimos años. La inestimable colaboración de monseñor José Álvarez Allende, párroco que fue de San Bernardo desde 1951 y toda una institución en el barrio - cuenta incluso con su propia calle junto a los jardines de la Buhaira - siempre ha facilitado las cosas.
Pepe Luis Vázquez junto a su hermano Rafael |
Uno de los proyectos en mente es recuperar la vinculación de la hermandad con el mundo taurino, deteriorada respecto al pasado. “San Bernardo siempre ha sido cuna de toreros por la cercanía del antiguo matadero al barrio”, analiza Manolo Ramírez. Una afición que comenzó hace siglo y medio con Francisco Arjona Cúchares, enterrado a los pies del Cristo de la Salud, y que llevó a su nómina de hermanos a matadores de la talla de Joaquín Rodríguez “Costillares”, Pepe Hillo o Pedro Romero, o más recientemente a los hermanos Bienvenida, Pepe Luis y Manolo Vázquez o Diego Puerta, entre otros. El ajuar y el paso de la Virgen del Refugio contemplan las huellas de este fascinante cartel, tales como los machos que cuelgan del paso palio, de vestidos de Eduardo Dávila Miura, o los alamares que caen sobre los faldones. “Nuestra idea inicial, todavía prematura, es ofrecer una misa al inicio de la temporada taurina e incluso convocar algún tipo de certamen de promoción”, adelanta el exhermano mayor.
La cofradía de los muchachos
Además del Miércoles Santo, gran parte de los hermanos que emigraron de San Bernardo limitan su relación con la cofradía al bautismo, primera comunión o boda de sus familiares. Sin embargo, “los vecinos nuevos raramente se apuntan a la hermandad, salvo que sean cofrades, y si lo hacen, no siempre se integran”, sostiene Antonio Rodríguez, “si bien venimos observando que sus hijos cada vez se van vinculando más”.
Marga Castillo es una de esas excepciones que confirma la regla. Camarera de La Estrella, de la que es hermana de toda la vida y esposa de su actual hermano mayor, Manuel Domínguez, vive en la calle Chaves Nogales desde hace ocho años. “Comenzamos a ir a la misa de hermandad de San Bernardo por cercanía de casa a la parroquia. Mis hijas tenían por entonces tres, cinco y siete años”, recuerda, “en determinados momentos del año veíamos que juraba las reglas muchísima gente, así que un día nos preguntamos: ¿y por qué nosotras no? El roce hizo el cariño”. Marga y Manuel conocieron a muchos matrimonios jóvenes recién llegados al barrio durante las catequesis de comunión de sus pequeñas, si bien ninguno pertenecía a la cofradía.
Diferentes son los casos de José Luis Olivera y Francisco Javier Gómez. Ambos veinteañeros, acólitos de la Virgen del Refugio, son los únicos de los numerosos jóvenes que frecuentan la hermandad cada martes y jueves que residen en San Bernardo. “Llegué al barrio con tres años y juré las reglas junto a mi padre”, recuerda José Luis, vecino de la calle Ancha, “quiero salir de costalero en el palio: la mayoría de los jóvenes somos más devotos de la Virgen. De hecho, he oído a más de uno decir que se cortaría los tobillos para decrecer unos centímetros y poder sacarlo”, bromea. Los mismos años, desde que nació en su caso, lleva Francisco Javier en la cofradía: “He crecido en la hermandad porque mi padre siempre ha estado muy implicado en ella, ahora es consiliario”, asegura.
“La cofradía de los muchachos”. Así se conocía popularmente a San Bernardo por sus orígenes: dos jóvenes, Juan Severino y Juan Rodríguez, que jugaban todos los días a las procesiones por las calles del viejo arrabal portando una pequeña imagen del Cristo de las Tres Caídas, dejaron por herencia directa las actuales Cruces de Mayo y la propia hermandad. Así podría volver a conocerse gracias a otros dos muchachos, José Luis y Francisco Javier, y a otros muchos jóvenes residentes fuera del barrio, como Borja Adriaensens, Alfonso Moya o Jesús Carmona, que garantizan el futuro de una cofradía de barrio de la que, apenas sin contar con él, sí con sus antiguos pobladores, depende toda su vida.
Publicado en el número 21 de la revista Pasión en Sevilla (Noviembre de 2009)