Que poquito falta para que pase el carnaval, para que llegue el tan deseado Miércoles de Ceniza, dándonos la entrada a nuestro tiempo de preparación y reflexión para la Semana de Pasión. Y con la Cuaresma vienen también, en el mismo paquete, los bombardeos de ofertas de viajes para hacer una escapadita en esa semana que la mayoría de los mortales consideran vacaciones.
Todo esto viene a cuento de una pequeña anécdota que me ocurrió el año pasado, cuando en mi año de novata en Ciudad Real, un profesor quería poner un examen el Martes Santo. Como yo no soy de aquí, parte de la Semana Santa la paso en Córdoba, en Sevilla y en el pueblo de mi madre que se llama Torrenueva; por tanto pedí el favor de cambiar la fecha del examen ya que no podría venir a propósito desde tan lejos. Mi sorpresa fue cuando mi profesor me dijo delante del resto de la clase que el Martes Santo no existe, que si quería ir a ver procesiones que me fuese a partir del Jueves Santo, que es periodo no lectivo. Como ustedes comprenderán sentí una gran falta de respeto hacia mis creencias, y es a raíz de ese momento cuando me surge la siguiente reflexión.
Me preocupa la idea de que se esté perdiendo el verdadero significado de la Semana Santa. En algunas ocasiones da la sensación de que es una simple tradición más que un periodo de oración y meditación. Mucha gente se lo toma como unos días de descanso, y es respetable, cada uno se acoge a creer o no creer y aprovechar esos días como quiera, pero lo preocupante es que esa idea de vacaciones y días de relax se propague entre nosotros los católicos. Y si hay algún culpable en este asunto, discúlpenme que les diga que somos nosotros mismos. La sociedad es el conjunto de seres más influenciable e influyente que existe en este planeta.
Pero esto nos viene desde que somos niños. Es tan importante lo que percibimos desde pequeños que nos supone lo que somos a día de hoy. Permítanme que les ponga un ejemplo agronómico, que al ser a lo que me estoy preparando para dedicarme en breve, creo que se me dará algo mejor que cualquier otro ámbito.
Existen dos tipos de cultivo de la vid: en vaso (las que vemos a ras del suelo) y en espaldera (las que vemos cultivadas de forma aérea). Pues bien, cuando se cultiva una vid joven en espaldera es absolutamente necesario el uso de unos postes llamados “tutores”, que como bien indica su nombre sirven para guiar a la planta joven en su desarrollo. Ésta se apoya en el tutor y va creciendo a su alrededor de una forma correcta, sin torcerse. Si esa pequeña vid no tiene en qué apoyarse durante la etapa de diferenciación más importante, difícilmente se desarrollará como queremos y sus brazos y racimos se verán por el suelo con el paso del tiempo.
Eso es lo que necesitan los más pequeños, unos tutores que les enseñen a tener la seguridad de que existe un Dios verdadero, a que crezcan en la fe, a que cuando sean mayores no crean que la Semana Santa son unos días de cachondeo o de salir únicamente a “ver pasos” a la calle. Ahí es cuando nuestro papel toma importancia en este asunto, debemos dar ejemplo y ayudarles a que crezcan con los mismos valores que nosotros hemos heredado de nuestros mayores. Además creo que esto es algo simbiótico ya que a nosotros también nos ayudaría a, como bien reza la cabecera del blog, “querer ser mejor cristiano y andar siempre por derecho”.
No hay nada como ver crecer a los niños en el camino del amor a Dios y tener la satisfacción del deber cumplido.
Estela García Núñez
Recordatorio La Saeta Sube al Cielo: Tan nuestro e inexplicable