Después de muchos años me volví a sentir a tu lado, más que nunca físicamente.
Corría el 2000 cuando poco, muy poco, por primera vez besé tu manto. Ya estabas posada en tu altar después de haber estado toda la noche visitando a las hermandades por tu recorrido tradicional. Sin embargo, esta vez, estabas en tu casa, con la tranquilidad y paciencia de una Madre.
En ninguna de las dos ocasiones te busqué. Tú me buscaste a mí. ¿Por qué? Sabes que llegaba este fin de semana un poco intranquila. Además, quisiste, que me pusiera aún más nerviosa después de encender las velas el sábado por la mañana.
¿Por qué, Madre? ¿Por qué yo? Ya daba por hecho el volverme a Córdoba enfadada, no contigo, no podría, sino conmigo misma. Sin embargo, me aguardabas con un regalo que no esperaba.
El domingo por la mañana, después de visitarte, fuimos a hacer unos recados, tal y como teníamos previsto. Uno de mis amigos, tras hacer los mandados, dijo que iba a verte, y en principio iba a ir solo, pero en segundos, otro amigo y yo, nos unimos a su idea, habiendo dicho en un principio de hacer otras pero..., ¿qué pasó para que en milésimas de segundo cambiáramos de idea? No sé.
Estando al lado de la reja rezando, escuchando de fondo el canto de los pájaros y el toque del tambor y la flauta, hablando con Ella y su Divino Hijo, como cuando vamos por el camino, uno de mis acompañantes y yo, nos acercamos a saludar a un miembro de la Junta de Gobierno de la Hermandad Matriz de Almonte , que tras hablar de algunas cosillas, nos invitó a entrar.
Tengo que decir que era la Presentación de los niños a la Virgen, y ya se había pasado el follón del principio.
Mis amigos y yo, ya con las piernas temblorosas y casi sin hablar, nos dirigimos al lugar donde nos había indicado, y tras saludar a otros miembros de Junta,y echar unas risas con ellos, nos señalaron el camino que teníamos que seguir.
Ya nos encontrábamos en la parte posterior del altar mayor, a escasos metros de la Reina de mis sueños, y tengo que reconocer, que al pisar el frío mármol y agarrarme al pasamanos de las escaleras que suben a sus plantas, de mis ojos brotaron lágrimas de felicidad, de alegría, de perdón, de promesas, de amor... Mi mente, ahora que lo recuerdo fríamente, corría a una velocidad vertiginosa. Me venían momentos del año que acabó hace escasamente un mes. Un año en el que me he sentido más orgullosa que en toda mi vida de ser rociera. Un año que me había regalado muchas cosas. Sin embargo, y como cuando estás debajo de sus bancos, mi mente corría más que el tiempo, y seguía haciéndome preguntas: ¿era yo merecedora de tal honor? ¿ Tenía que ser yo la que estuviera a tus plantas? ¿Por qué hemos estado jugando al ratón y al gato durante todo el fin de semana, y me dices adiós de esta forma?
Llegó el momento de ponerme delante tuya. Sólo pude mirarte y darte gracias. No pude pedirte nada. Con sólo tenerte así, un segundito para mí, puede agradecerte por todo lo que tengo, por tener a toda mi gente bien y a mi lado.
Si la subida había tenido un mar de lágrimas, la bajada no fue menos..., sin embargo, éstas esta vez no eran por no sentirme bien, todo lo contrario. Tú habías querido que yo, si yo, esa a la que muchos tachan de no buscar paz, fuera una de esas personas elegidas y privilegiadas que te tuvieran cerca.
Con ese ratito, Rocío, me volviste a dar vida. Me volviste a dar esa fuerza que necesitaba para afrontar lo que sólo Tú y yo sabemos.
Gracias Madre. Gracias Almonte. Y doy las gracias a este noble pueblo, porque son las manos y los pies de Ella. Gracias porque volví a Córdoba con el alma limpia como los niños que aquel día pusieron a tus plantas.
Raquel Medina Rodríguez
Recordatorio Senderos de Sueños