José
Manuel nunca hacía acto de presencia en el reparto de papeletas de sitio en el
periodo en que la Hermandad lo establecía formalmente. No. Pero todos los que
participábamos año tras año en el mismo sabíamos que tras la llamada pertinente
a su teléfono siempre se hallaba la misma respuesta: “Claro, cuenta conmigo. Para lo que haga falta. Yo salgo, claro”.
Con José Manuel ve vivido algunas de las anécdotas cofrades más graciosas y
esperpénticas que a quien escribe le han acontecido (como es lógico no todo iba
a ser estricta penitencia en este mundillo). Y es que, no me pregunten cómo,
pero siempre en los veinte o treinta minutos de camino al templo en el día de
la salida, nos acababa por ocurrir algo… o bien en los momentos previos al
inicio de la salida procesional. Y mi amigo, que tiene arte para sacarle punta
absolutamente a todo (y digo a todo) nos tenía desternillados de risa con cada
nueva ocurrencia que se le pasaba por la mente a colación de la curiosa
circunstancia de turno. Y eso que nuestros responsables velaban celosamente
porque en todo momento se mantuvieran la seriedad y compostura exigidas. Yo
quería pero no podía, porque José Manuel siempre guarda otra chanza en la
recámara para desarmarte y yo soy de risa muy, muy fácil. Recuerdo como si
fuera ayer aquel año en que se rajó la parte inferior de la túnica al enredar la
misma en la matrícula de un coche cuando intentó cruzar de una acera a otra de
la calle entre dos automóviles que, parece ser, estaban aparcados bastante “pegaditos” entre sí o aquella otra vez
en que identificó entre los hermanos que formaban su tramo de nazarenos a un
hombre que era el vivo retrato del intrigante profesor Severus Snape y me susurró: “Mira
a ese hombre. ¿Dónde vamos con este a
la calle? ¡Si es el malo de Harry Potter, por Dios! ¡Seguro que los niños al
verle no quieren salir más de nazarenos! ¡Haced el favor de pensar en la
Hermandad! ¡Que hay que tener cuidadito con quien sale de nazareno, hombre!
¡Todos no valen para llevar estas túnicas!”.
Pero en
el reparto de hace seis años las circunstancias de mi gran amigo eran muy
diferentes. A José Manuel su padre, un hombre joven, se le marchó de manera
totalmente inesperada aproximadamente cinco o seis meses antes de aquella
Semana Santa y apenas transcurrido un mes desde que él se casara con su esposa.
Y aquel año 2008, cuando le llamé por teléfono, recuerdo que me respondió: “Este año no lo sé. No sé si el de arriba se
ha portado muy bien últimamente”. Yo comprendí perfectamente todo el dolor
que había tras aquellas palabras y, a pesar de lo insoportablemente insistente
que uno puede llegar a ser en su afán por animar a la gente a coger el hábito,
creí que lo más adecuado era no insistir. “Como
tú quieras. Piénsalo y si te decides sabes que siempre estás a tiempo. ¡Un
abrazo muy fuerte! Para lo que nos necesites aquí nos tienes”. Y es que
nunca está de más recordar, sobre todo en momentos tan difíciles y amargos, que
los amigos y hermanos están siempre ahí cuando uno lo necesita. Es lo que se
llama hacer Hermandad: una de las razones primordiales que da sentido a la
existencia de nuestras corporaciones y que marca su idiosincrasia.
Pasaron
los días y las semanas. Y a pocos días para Semana Santa me anunciaron que,
finalmente, te habías decidido a participar en la Estación de Penitencia: “José Manuel va contigo de cirial”. Y
aunque en mi interior había algo que desde tiempo atrás me decía que aquella
tarde ibas a estar con todos nosotros la confirmación de que salías me ilusionó
muchísimo.
Cuando
llegó la tarde de nuestro día de salida se me hizo muy rara la ausencia de mi
amigo en el camino hacia la iglesia, pero aquel año me reclamaron pronto para
ayudar a preparar la Estación de Penitencia y tuve que salir antes de casa.
Cuando te vi aparecer entre los nazarenos yo empujaba uno de esos pesados
carros de cera y enseguida viniste a echarme una mano para llevarlo hasta donde
el Diputado de Tramo debía empezar a repartir los cirios en tan solo unos
minutos. Un abrazo como siempre que nos vemos y marchamos a vestirnos, porque
la hora de salir se aproximaba y los acólitos tenían que prepararse. La tarde,
por una vez en los últimos años, se presentaba totalmente despejada y todo
hacía presagiar que no habría reunión de la Junta de Gobierno para dilucidar si
poner o no la Cofradía en la calle. Y llegó el momento. El Fiscal de Horas golpeó
el suelo con su palermo y la Cruz de Guía, siempre elegante, se elevó y
majestuosa empezó a andar entre un respetuosísimo silencio. Se inició nuestra
Estación de Penitencia: la primera Estación de Penitencia que, estoy seguro,
dedicaste a la memoria de tu padre. Al llegar al templo, el último toque de
llamador puso fin al trabajo de los costaleros y dio inicio a un fuerte abrazo
entre los dos. Al oído te comenté: “Seguro
que él lo habría querido así”. Asentiste y, emocionados, nos abrazamos aún
más fuerte. Y entonces los dos recordamos que Dios no quiere mal a nadie. Y
también que, a pesar del mal trago del adiós, de una pérdida irreparable, es
justo dar gracias por lo que uno ha tenido y valorarlo como se merece.
Aún
hoy, seis años después, mi amigo José Manuel sigue hace Estación de Penitencia
con todos nosotros. Y siempre alguna guasa nos deja caer en los instantes
previos al comienzo de aquella… porque sí, porque las cosas son así y algo
siempre tiene que caer. Además no puede ser de otro modo. Y desde su palco,
allá en el cielo, su padre lo observa cada año con profundo orgullo.
Seguramente también dentro de poco,
–quién sabe- verá con ilusión cómo su nieta acompaña a su hijo y cogidos
los dos de la mano, vestidos con su túnica nazarena, guardarán su recuerdo y
rezarán por él a la vez que rememoran la Pasión de quien dio la vida por todos
nosotros.
Marcos
Fernán Caballero
Fuente Fotográfica: Esther María O.P.
Recordatorio Candelabro de cola: Siempre en el recuerdo