Con el
inicio la Cuaresma con un tiempo que ya quisiéramos para nuestra Semana Mayor
se ha dado el pistoletazo a la celebración de una avalancha de Cultos en
nuestras Cofradías. Tiempo de trabajo extra para mayordomos, priostes,
vestidores, floristas y, en general, distintos miembros de Juntas de Gobierno
afanados en lograr altares que compiten (y no pocas veces ganan) en belleza con
los que nuestros templos presentan durante el resto del año. Prepárense para el
deleite de exquisitos besapies y besamanos o solemnes Vía Crucis. Sí, ahora sí:
esto ya está aquí. Y hay que disfrutarlo porque, como todo lo bueno, pasa
rápido. Ojo, tampoco hay que ser extremista. Hay quien cuando el Domingo de
Ramos con la radiante luz de la tarde en pleno apogeo ve avanzar la cruz de
guía de las Penas de Santiago por la calle Agustín Moreno nos regala un: “¡Ay, la semana que viene a estas horas todo
habrá acabado!”. Señor, señora: no venga a joder la marrana al resto y deje
la lengua quietecita, que con lo que acaba de soltar se habrá quedado usted
descansando.
A fin
de intentar evitar que alguien les dé un disgusto innecesario por estas fechas,
me parece idónea la ocasión para narrarles con todo el detalle que puedo un
suceso bastante desagradable que a quien les habla le ocurrió en el periodo en
que formó parte de Junta de Gobierno. Envueltos aquel año en la limpieza de
enseres para los Cultos de Nuestro Sagrado Titular, nuestro Hermano Mayor nos
comunicó que una Hermandad de la ciudad (no vamos a especificar cuál) se había puesto
en contacto con él para solicitarle el préstamo de uno de los enseres de
orfebrería de nuestra Cofradía para uno de sus actos de Culto. De acuerdo con
nuestro Mayordomo, que no vio inconveniente alguno dado que la pieza de
orfebrería en cuestión no se iba a emplear a corto plazo y considerando la
notable cantidad de días hasta Semana Santa, se acordó acceder a la petición.
Transcurrieron
días y semanas enteras sin que supiésemos nada de la pieza prestada. Tampoco
había motivos para pensar nada malo y, además, esta Cofradía mía está
acostumbrada a prestar. Más días... Y se comenzó a llamar a la otra Hermandad.
La respuesta sistemática: “Perdonad,
perdonad, estamos muy liados. Mañana o pasado nos pasamos por allí, no os preocupéis”.
Pero a falta de 10 días para el Domingo de Ramos el mosqueo era ya tremendo. Y
entonces pasó lo que pasó. La Cofradía prestataria encontró que no había
solución posible a su incómoda situación y reconoció lo que verdaderamente
había ocurrido: la pieza de orfebrería cayó al suelo en el desmontaje y resultó
dañada. No pudieron encontrar orfebre alguno que a dicha fecha se comprometiera
a una restauración urgente de la pieza en tan poco tiempo. Y bueno, ya se
pueden ustedes imaginar las caras de mis compañeros de Junta y la mía propia.
¿Y ahora qué? Efectivamente el día de la salida esta parte de nuestro
patrimonio se quedó en el templo porque, por supuesto,
tampoco nosotros tuvimos margen temporal para reaccionar. Con todo y con eso
nos pudimos dar con un canto en los dientes, ya que la otra Hermandad pudo
responder económicamente para restaurar la pieza dañada. Pero bien podría no
haber sido el caso y… ¿entonces qué?
Ya,
ahora visto el asunto con perspectiva ustedes dirán que por qué no se contrató
un seguro. Consideren que, si esta
práctica hoy día no es muy habitual en Córdoba, menos aún lo era en aquellos
años. Y, aún hoy día, me gustaría ver la cara de más de uno cuando le dicen: “sin problema, te lo dejo pero hacemos un
seguro”. ¿A que no me equivoco?
El
hecho es que desde aquel día me volví enemigo acérrimo de los préstamos entre
Cofradías. Que sí, que sí… que somos todos hermanos y que las Cofradías tienen,
por supuesto que ser solidarias entre ellas y, de paso, que suene una hermosa
pieza tocada por violines que haga que los niños estén felices y contentos en
un sol radiante de primavera y tal que diría mi admirado Luís Aragonés (en paz
descanse)… Todo eso está muy bien y es muy bonito. Idílico. Pero, a la hora de
la verdad, las Juntas de Gobierno deberían sopesar y tener bien claro qué les
importa más: si contentar a otras Hermandades o valorar y velar por el buen
cuidado de su patrimonio. No convendría olvidar los esfuerzos que hay detrás de
los enseres de una Hermandad: las papeletas de sitio vendidas, las
participaciones en sorteos de lotería, el trabajo en las cruces de mayo, etc,
etc…
Yo
entiendo que hay excepciones, claro. ¿A alguien a quien en última instancia se
le ha roto algo fundamental para salir a la calle no se le va a prestar? Pues
claro que sí (a ser posible, con seguro). Pero verán: es que esto en los
últimos años es de descontrol total. Priostes y Cofradías que les dan pábulo se
lo deberían hacer mirar. No pasa nada si su Virgen no tiene una saya color rosa
chicle bordada en oro para su besamanos. De verdad. Usted monte sus Cultos y
prepare sus salidas pero hágalo preferiblemente con lo suyo, con lo que tenga.
Lo logrado con el sudor de su frente es lo verdaderamente digno. Recurrir al
préstamo por sistema es querer vivir engañado. Y, además, hace a las Cofradías
holgazanas y poco competitivas. Les quita las ganas de trabajar generando una
especie de efecto subvención que adormece hasta aniquilar la ilusión de
comprometerse en la ilusión por un proyecto. Y esto al final no es bueno para
nadie: la Cofradía que presta “vulgariza” su patrimonio, la prestataria no
trabaja en la creación de sus propios enseres y la Semana Santa no acrecienta
su riqueza.
Marcos
Fernán Caballero
Recordatorio Candelabro de Cola