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miércoles, 5 de marzo de 2014

La Voz de la Inexperiencia: María de Nazaret, mujer de un Dios “que aprieta pero no ahoga”


Este es uno de los artículos más personales que escribo, considero que contar mis vivencias de pequeña, y de no tan pequeña, tiene un trasfondo personal; sin embargo, aludir a un sentimiento concreto tras una caída, tras un impacto contra la realidad, eso es mucho más difícil.

Muchos me dicen que no hable de ello, que cuanto menos gente lo sepa, mejor, pero para mí escribir es mi desahogo y ustedes, lectores míos, sois mi ungüento, la simbología del Espíritu Santo tocando mi persona.

Quiero poner en conocimiento de todos que estoy pasando por uno de los peores momentos de mi vida, sé que no se me ha ido nadie, sé que no padezco una enfermedad que me limite cada día, pero tengo una falta total de creencias, de creer en mí y de la poquita esperanza que tenía en la sociedad. 

Por el hecho de nacer mujer, algo que no elegimos, que nos viene dado, ya estamos expuestas a demasiados riesgos. Me sentí humillada, nunca pensé que pudiera llamársele “hombres” a ciertas personas, no imaginé que las calles de mi Córdoba, que me ha visto crecer, reír, llorar, besar y enamorarme, no sean para mí una alternativa viable, no concebía la idea de su mano sobre mí, de mi paso acelerado, aquella gente mirándome, mi cabeza les gritaba pero mi boca no articulaba palabra alguna. 


Señor, podría ser su hija la que pruebe a pasear de manera tranquila un martes por la tarde. Piensen, empaticen, antes de hacer ciertas cosas. La de daños que podríamos ahorrarnos si nos situáramos en el lugar del prójimo.

Yo, como cristiana, me veo como reflejo de María, una María que no conocemos, una María que fue mujer antes de ser divinizada. Una mujer que soportó y perdonó humillaciones para acabar llorando a los pies de su tesoro, de su niño, que ya era hombre. Lloraba como lo hacía mi abuela cuando su hijo desistió de esta vida. Lloraba como yo lo hacía mientras cruzaba la avenida el pasado día. Tenemos algo en común, María era observada por muchos, pero calmada por pocos; mi abuela sentía como para todos el mundo seguía su curso, mientras las manecillas de su reloj vital no avanzaban; y yo secaba mis lágrimas ante los ojos de los viandantes que perplejos miraban a una joven desesperada.

Recuerdo muchas miradas aquel día, miradas de “pobre chica, qué perdida está”; miradas de plena curiosidad; miradas pasivas; pero qué pocas miradas dispuestas a brindarme su ayuda… Sigamos así, pues, con una sociedad que ve pero no observa, que oye pero no escucha. Así, con este miedo que me invade cuando cruzo el dintel de la puerta de casa, cuando unos pasos cogen el compás de los míos a unos metros de mí, sigamos permitiendo humillaciones, así de bien nos va. Es por eso que ya nadie se para a hacer carantoñas a un bebé, es por eso que nos sorprendemos si alguien nos sostiene la puerta para dejarnos pasar, o si nos dan las buenas tardes. Es por eso que nos suena extraña la melodía de nuestro móvil, pero no el aviso de un nuevo mensaje. ¿En qué nos estamos convirtiendo? Comenzamos por fallos nimios para crecer y hacernos verdaderos monstruos. 

Lo curioso del caso, es que cuando nos ocurren las malas cosas, cuando ese “Dios que aprieta, pero no ahoga” tiende a ceñir la soga, es ahí cuando nos acordamos de él, cuando nos lamentamos por nuestras desgracias. Leedme bien, a día de hoy soy terriblemente infeliz, vivo atormentada, pero un ratito en su capilla hace que me sienta bien.

Es momento de dejar de lamentarse y comenzar a agradecer.

María Giraldo Cecilia


P.D.: "María en el Magnificat se manifiesta como modelo para quienes no aceptan pasivamente las circunstancias de la vida personal y social, ni son víctimas de la alienación, como hoy se dice, sino que proclama con ella que Dios ensalza a los humildes y, si es el caso, derriba a los potentados de sus tronos…" (Juan Pablo II. Homilía Zapopán, México, 4 ASS LXXI P. 230) (Puebla 297).

















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