La larga espera ha finalizado.
Hoy las puertas de San Lorenzo se abrirán apenas minutos después del inicio del
alegre repique de campanas del templo desde el que partirá el cortejo del Rey
de Reyes. Y hoy, hoy… me piden que explique con palabras el cúmulo de
sensaciones que a uno le corren por el interior en un día como este: Domingo de
Ramos. Y es que curiosamente hoy quien escribe estas líneas tiene el pálpito de
que, de enfrentarse a este papel en blanco hace décadas, comenzaría por decirles
que exprimieran hasta el último segundo de nuestras Cofradías en las calles
hasta que los pies les aguantasen… porque creo me sería realmente sencillo
convencerles a todos ustedes, lectores, de que la Semana Santa es, a partes
iguales, la fiesta de los sentidos así como de lo efímero. Hoy pienso que,
gracias a (¿o quizá sería más correcto sería decir “por culpa de”?) la
evolución de los medios, persuadirles de la certeza apodíctica de este
pensamiento resulta realmente una labor compleja cuando no completamente
irrealizable.
Hace treinta y cinco años la
mera visión de los primeros nazarenos en las calles de la ciudad te aceleraba
el pulso, te alegraba el alma y casi, casi, uno se tenía que contener para no
ir a abrazar con euforia incontrolada al portador de la cruz de guía de la
Borriquita. Así a las claras. Ríanse ustedes, jóvenes, de la mañana del 6 de
enero de con los regalos de los Reyes Magos o con el último día de clase antes
del verano… que para los más pequeños cofrades de aquel entonces no había en el
año alegría mayor que poder contemplar en el Realejo a la Cofradía de Nuestro
Padre Jesús de los Reyes en Su Entrada Triunfal en Jerusalén bajo un espléndido
sol primaveral (qué envidia hasta en eso). En aquellos años el acceso a las
grabaciones de imágenes en las calles, a los ochocientos noventa y dos mil
millones de reportajes fotográficos del lóbulo derecho de la oreja de Nuestros
Titulares, a composiciones musicales de bandas, a carteles de Semana Santa que
hoy podemos disfrutar (en muchos casos padecer) era pura quimera. Hoy la
difusión de la Semana Santa por los medios ha conseguido extender esta
festividad sacra hasta límites increíbles pero, como daño colateral, nos ha
exterminado en gran parte la ilusión con que vivir estos días. Hay cosas que
cobran el sabor de lo especial cuando solamente tienen lugar una vez al año:
una. A mí me lo enseñó mi padre cuando de pequeño le preguntaba por qué
solamente preparaba sus exquisitas gachas para el 1 de noviembre. Respuesta de
Perogrullo: “porque las gachas se hacen para los Santos”. Y punto. A mí me
llevó tiempo comprender la lección, pero el paso de los años se ha encargado de
dejármela completamente clara.
No obstante hoy es Domingo de
Ramos. Hoy huele a azahar en Córdoba. Hagan madrugar a sus niños, póngalos más
guapos si cabe aún de lo que son haciendo gala de los estrenos preceptivos. No
se olviden de ir a misa si no lo hicieron ayer sábado por aquello de que son
ustedes católicos (ejem, ejem…). Ya ustedes me entienden. Y busquen después el
misterio de la Entrada Triunfal. Miren con corazón de niños a Jesús montado en
un pollino y explíquenles a los pequeños, que tiene su mérito, por qué en el
dulce rostro de Nuestra Señora de la Palma asoman las primeras lágrimas de la
Madre del Redentor. Si ustedes y los suyos sienten pena al ver cómo el cortejo
se aleja del templo de San Andrés buscando San Lorenzo hasta el año que viene
estarán experimentando el sabor único que dicha escena dejaba a muchos treinta
y cinco años atrás, cuando todo tenía un brillo, un sabor, un encanto más
especial. La magia incomparable de lo que es único. La festividad de los cinco
sentidos ha comenzado: observen al Nazareno que camina dolorido hasta el
Gólgota, llenen sus pulmones del inconfundible aroma que dejan las volutas incienso,
palpen el tacto de una túnica de ruán sobre su piel, saboreen el tránsito de
Cofradías por calles estrechas, sientan y vivan cada instante como si no se
fuera a repetir nunca. ¡Ya está la primera en la calle! ¡A la Gloria, hermanos!
¡A la Gloria!
Marcos Fernán Caballero
Recordatorio Candelabro de cola