Con carita de sueño y sin apenas margen para reposar lo
vivido en la Madrugá, la tarde tomó el relevo más corto a la mañana en una
continuidad de emociones que viajó de Pureza a Chapina en un abrir y cerrar de
ojos. Había muchísimas ganas de reencontrarse con un cielo azul y de vivir ¡al
fin! un Viernes Santo sin sobresaltos por la lluvia después de un trienio
maldito. Sólo el percance de la Soledad de San Buenaventura a la salida de la
Catedral al rompérsele una de las escaleras de la cruz retrasó el perfecto
guión en el que se metió la tarde en la que Dios se ausenta de los Sagrarios y
exala su último aliento en Triana.
Amenció nublado y hasta llegó a chispear levemente, pero
nadie se dio por enterado. La estabilidad y el sol estaban más que abonados a
la tarde del Viernes Santo. Tanto es así que, por ejemplo, en el Cachorro no
estaban acostumbrados a abrir las puertas sin antes celebrar un cabildo de
urgencia para consultar los últimos pronósticos meteorológicos. “Se hace raro,
la verdad. Pero hoy [por ayer] vamos a repartir baberos por Sevilla”, decía un
grupo de hermanos que no terminaba de creerse lo que estaba a punto de suceder.
Sin perder ni un minuto, la cruz de guía asomaba a la puerta de la basílica
trianera para alegría de cuantos se encontraban en las inmediaciones soportando
un sol de justicia desde el mediodía: “Venimos de Benacazón. Qué alegría más
grande pasar calor para ver al Cristo de la Expiración, al que le tenemos tanta
devoción en el Aljarafe”, reconocía María del Carmen junto a sus tres hijos,
todos ellos hermanos del Cachorro. Y es que la última vez que esta cofradía se
libró del agua y pudo completar felizmente la estación de penitencia fue en
2010.
Quizás por ello su salida emocionó tanto, sobre todo cuando
el capataz, Ismael Vargas, dedicó una de las levantás a los que han ido
quedando en el camino en estos años de vacío: “Va por todos los que ya no están
con nosotros”, arengó bajo las trabajaderas mientras el Cristo expirante
buscaba los primeros rayos de sol. La imagen que tallara Ruiz Gijón volvió a
sentir la brisa que venía del río después de que no hace mucho protagonizara un
viacrucis extraordinario por la Nueva Evangelización hasta la vecina parroquia
de la O, también de fiesta por la salida de su cofradía. La Virgen del
Patrocinio, por su parte, consolidó su estilo tras hacerse cargo de su atavío
el joven Antonio Bejarano. Otro nombre vinculado recientemente al Cachorro, el
florista Javier Grados precisaba la procedencia del exorno floral del palio:
“Son claveles rosas de Italia y se llaman Señorina”, en alusión al apodo de
Señorita de Triana que recibe esta dolorosa de rasgos aniñados que realizó Luis
Álvarez Duarte en 1973.
La alternancia del sol y sombra de la tarde se proyectaba
también en la otra orilla. En Adriano se acompañaba además de un público en su
justa medida que invitaba a disfrutar de cada detalle del cortejo de la
Carretería que iba desembocando al Arenal por la calle Toneleros. Llamó la
atención una pequeña turista de cabellos dorados y piel albina que pedía
caramelos vistiendo un traje de flamenca de una de las tiendas de souvenir del
Centro. Una conjunción desafortunada que propició comentarios de todo tipo.
“¿Se creerá que esto es la Feria de Abril?”, se escuchaba entre risas.
Anécdotas al margen, el discurrir del misterio de la
Carretería por la calle central de la Campana tuvo un recuerdo especial con la
madre del compositor Bienvenido Puelles, fallecida aquella madrugada. La banda
de cornetas y tambores de las Cigarreras, formación vinculada a la familia
Puelles Oliver, interpretó la composición Requiem tras el paso de misterio del
Cristo de la Salud en sus Tres Necesidades. Todo un detalle para quien aliviar
su dolor.
Trató de pasar desapercibido, ocultándose tras unas gafas de
sol oscuras, pero lo cierto es que muchos identificaron al actor Antonio
Banderas que se paseó por la zona del Arenal para disfrutar de algunas
cofradías, como la que a las seis de la tarde salió de Carlos Cañal. Lasalida
de la cruz de guía fue saludada con una saeta desde el balcón de la emblemática
confitería. Abajo, a pie de calle, estaba José Antonio Grande de León, que tras
un paréntesis de nueve años volvía a ser vestidor de la Soledad. “He tenido un
apoyo tremendo. Es como si nunca lo hubiera dejado de hacer”, confesaba
mientras explicaba la nueva estética que presentaba la dolorosa: “Recupera una
estampa romántica del siglo XIX, que le va muy bien con la época en la que
Astorga hizo la imagen”. Para ello se ha inspirado en fotos antiguas, de las
que, por ejemplo, ha sacado la nueva posición de las manos: “La izquierda muy
cerca del corazón y la derecha hacia abajo con la corona de espinas,
transmitiendo el dolor al público”, precisaba.
A esa misma hora, en la calle Castilla se organizaba la
macro-cofadía del Viernes Santo. Aquella que va de la cruz de guía del Cachorro
al palio de la O. La corporación del llamado Jorobaíto de Triana ponía rumbo a
Sevilla tras el palio del Patrocinio. Lo hacía con numerosos estrenos como las
nuevas cartelas de los respiraderos del paso del Nazareno, con diseño y
ejecución de David Segarra. Emotiva resultó la levantá del palio ante el
palquillo de la Campana, dedicada a la obra social de la hermandad y a esos
niños que han nacido gracias a la fundación.
La primera parte de la tarde estaba ya en marcha, y todo iba
transcurriendo con normalidad. Las últimas luces de la Costanilla recibieron a
la hermandad de San Isidoro. La cofradía volvió a transitar por la calle Tarifa
para acceder a la plaza del Duque, como ha venido haciendo de forma
tradicional, tras decidir el pasado año suprimir su paso por esta vía y
continuar por Javier Lasso de la Vega y Trajano para enlazar con la Carrera
Oficial.
Fue entonces cuando se conoció que la Soledad de San
Buenaventura tenía un percance con una de las escaleras que van en la cruz. El
día acumulaba ya 15 minutos de retraso, pese a que la cofradía de Carlos Cañal
decidía mantener bajada la cruz para no tener más problemas a su paso por el
Arco del Postigo.
Pero la noche presentaría aún otras novedades, como el nuevo
recorrido de vuelta de la O, recuperando su tránsito por el Puente de Triana y
el selecto repertorio musical de la banda de Tejera tras el palio de la Virgen
de Montserrat, a la vuelta, por la plaza de Molviedro. El broche de oro a esta
jornada clásica lo puso en la Campana el paso de misterio de la Mortaja. La que
antaño fue denominada como la cofradía de Santa Marina fue el contrapunto a
este pausado y sereno ocaso del Viernes Santo que acabó con el tópico del mal
tiempo.