Segunda vez que el Cristo de la Expiración sale a la calle
esta Cuaresma y segundo lleno de no hay billetes en la plaza del Museo. La
ocasión de ayer también lo merecía. Fue el día y la hora perfecta para que la
señorial corporación museística hiciera su estación de penitencia a la
Catedral. Ni antes ni después. Si hubiera sido otro día u otra hora no se
habrían puesto de acuerdo todos los elementos que hicieron de la histórica
plaza sevillana una conjunción perfecta para los amantes de la Semana Santa hispalense.
Quienes allí se dieron cita antes de que la cruz de guía se
plantara en la calle tuvieron también la oportunidad de ver también al Señor de
las Penas justo cuando el sol de esta primavera se escondía en la lontananza de
San Laureano. Minutos después se abrían las puertas de la capilla del museo de
Bellas Artes para que todo comenzara a discurrir como estaba prevista. La
corporación celebra este año su año jubilar según ha decretado el Papa
Francisco. La hermandad lleva cuatro siglos con su sede canónica en la misma
capilla y la efeméride bien merecía esta concesión de la Santa Sede, que fue
celebrada con una salida procesional que si fuera posible habría que enmarcarla
y verla todos los días del año.
Viendo las dimensiones reducidas de la capilla del Museo ya
se barrunta que allí dentro tiene que pasar algo grande para que pase todo pero
sin que pase nada. Por cuestiones de métrica y física no se puede calificar
como milagro, pero casi. El Cristo de la Expiración, enterrado en su monte de
claveles rojos para salvar el dintel de la puerta enseñó de nuevo a Sevilla
cómo es la agonía del Cristo que expira y se lamenta por última vez antes de
reunirse con el Padre.
El capataz, los contraguías y los costaleros tuvieron que
emplearse al máximo para que el paso saliera milimétricamente al tiempo que la
banda la Oliva de Salteras interpretaba Expiración. A lo lejos se alejaba el
palio de la Virgen de los Dolores de las Penas con los sones de Soleá dame la
mano. Las dos bandas sonando al mismo tiempo por vez primera el pasado año. A
ninguna de las dos corporaciones les gustó este batiburrillo musical pero los
cofrades se muestran encantados ante tal derroche de música cofrade.
Para hacer algo de tiempo y aprovechar, lógicamente, la
belleza de la plaza del Museo. El Cristo la rodeó por completo antes de encarar
la calle Alfonso XII buscando la Campana. Al mismo tiempo, los largos tramos de
nazarenos continuaban saliendo de la capilla –tras formar en la calle Cepeda–
hasta que el paso de palio de la Virgen de las Aguas se cuadró en la puerta
para protagonizar una salida milimétrica con los costaleros cuerpo a tierra. La
Virgen de las Aguas, entre una nube de incienso, comenzaba su recorrido
triunfal perfumándose con el azahar de la plaza, su plaza. Y ahí comenzó un
recorrido que dejó muy claro que El Museo bien merece un año jubilar.