La tarde noche del Domingo de Pasión se convierte, para la
Hermandad del Santo Sepulcro, en la antesala pretendida del Viernes Santo.
La jornada del día 6 de abril amaneció como el mejor Domingo
de Ramos posible. El sol proyectaba la ilusión misma que la ciudad que
despierta al tiempo en que la ilusión, la devoción y los sentidos se perciben
con más fuerza. Los cultos rematan el final de la Cuaresma que avanza
inexorable. En la Compañía el Señor del Santo Sepulcro parece descolgarse de la
cruz donde está expuesto en devoto Besapiés.
Al término de la Misa, la luz del templo jesuita desaparece,
mientras el tiempo parece retroceder entre cirios amarillo tiniebla y el sonido
de la matraca avanzando hacia cada estación del Vía Crucis. Al llegar a la
décimo tercera, Jesús es descendido de esa Cruz donde ha aguardado todo el día.
El tambor redobla señalando que ya está aquí. Su paso lo espera, mientras sus
hermanos lo flanquean y lo guardan, alrededor del altar mayor del templo
jesuita. Es depositado en su catafalco que aguarda al Viernes Santo. Desde el
coro se entona la Salve y el oratorio al completo –lleno- esboza una oración
cantada a Nuestra Señora del Desconsuelo, siempre acompañada del Discípulo
Amado y María Magdalena.
El Domingo de Pasión concluye poco a poco. Antes, cuando la
luz del presente ha vuelto a la iglesia, Enrique León, hermano mayor de la
cofradía, hace entrega al capataz –Luis Miguel Carrión Huertas- del llamador
original con que hace 23 años rompió el silencio del Viernes Santo.
El tiempo se ha cumplido la Semana Santa nos aguarda.
Blas Jesús Muñoz