Hojas de Palma y ramas de Olivo, tan liberadoras, como la tierra virgen del Sepulcro. Bajo el madero, la pasión de la entraña y la sangre. Madre e hijo. Ungido amamantado por la santidad del venero, luz de Gloria en Belén. Sin tribulaciones, el espíritu camina sobre la profundidad corpórea, la brisa atusa tus cabellos, Nazareno, mecido en tus labios el eco de Dios. Bienaventuranzas que al alma elevan mostrando el Reino prometido, hermanos de Cáliz, siervos en la fe que alivia abismos de mirra.
Señora del Rocío y Lágrimas
Tan profundamente bella, que sosiegas el dolor con la Santidad de tu mirada.
Nunca unos ojos engendraron tan virginal Rocío. Madre cordobesa, que reflejas sobre pétalos de cal agarena, tus mejillas carmesíes. Detenido sollozo, soledad y pena. De pureza a la noche impregnas. La inmensidad de tu iris recoge, Señora, la voz del firmamento que peregrina en tus lágrimas.
José Antonio Guzmán Pérez
Recordatorio Calvario de Iris: La eterna partida de ajedrez