Pensé para empezar estas líneas en el sistema defensivo y motivador que José Mourinho implanta en sus equipos, en el modelo de autogestión del vestuario de Vicente del Bosque y en la pulcritud estética del fútbol que propone Pep Guardiola. Tres estilos transversales y antagónicos que se basan en propuestas en las que el jugador… Esto es lo que gusta en Córdoba que se hable de cofradías.
Les parecerá un sinsentido, pero es la realidad. Aquí no
gusta que se hable de cofradías porque hablar implica reflexionar, lo que lleva
a opinar y ello, en consecuencia, a emitir juicios que no ostentan el
condicional de ser positivos. Y, se nos escapa la perdiz, hablando del buen
tiempo, del azul del cielo y de la gente en la calle. También la hay en mayo y
nadie se asusta porque se critique la falta de civismo. En cofradías tampoco,
se habla de los desmanes de un público poco cultivado sin empacho, pero cuando
los errores no vienen del espectador y sí del actor, cuidado cuidado, que no
quieres a la Semana Santa ni a la Córdoba eterna que cantó el poeta. Somos como
una Vetusta moderna, aunque moderna no puede ser, en la que el rigor social
cubre la cobardía existente en todos sus estratos. Uno por uno, sin solución de
continuidad.
Seguimos anclados en el pasado. Pareciera que el franquismo
siguiera vigente anulando la crítica, en una autocensura que roza lo infame. Se
corta el intento de avance enarbolando la bandera de lo políticamente correcto.
Y así, en una fiesta que es del pueblo y para el pueblo –en la que,
indudablemente, se debe profundizar en la raíz evangélica que sustenta la
verdadera fe-, a ese pueblo se le dice que todo es perfecto, que no busque
otros horizontes cercanos que aquí está el todo, como si se tratase de la Ítaca
que buscó Kavafis. Y así, desde comepipas hasta señoras que arrollan con
carritos o niños que a ras de suelo intentan arrancar del cirio su parte del
pastel, la culpa, la honda y negra culpa es de los cofrades que los criticamos,
mientras miramos para otro lado en nuestros asuntos espinosos. Al que los
denuncia palo. Pero dónde están los que denuncian.
Por más que busco no los veo, aunque sí que oigo en barras
de bares o en casas de hermandad poner en solfa a todo el que se mueve. Y todos
nos creemos los alquimistas que resolveremos el entuerto donde nos metió
Trevilla o, sinceramente, donde se metió una ciudad que durante siglos fue más
de procesión de rogativa que de Semana Santa.
Sigamos pues en la autocomplacencia. Y hagamos de nuestras
reuniones sociales un rellano de escalera donde acuchillar a capataces que, no
hace tanto antes de la moda, eran los únicos que tenían cuadrillas completas de
costaleros; donde hablar de caos organizativo de la magna –qué pesado soy-,
pero luego nos pongamos en la foto de la Catedral y proclamemos su éxito;
hablemos de simbología antes de enseñar a la gente que un paso en madera,
durante más de una década, no es arte ni quienes lo encargaron fueron
consecuentes; sigamos hablando de avance con una treintena de palios prácticamente
lisos; sigamos hablando de grandeza con cortejos irrisorios donde el nazareno
ha quedado como el último mono de este circo en el que nos hemos, por
desgracia, convertido.
Dígalo, querido lector. Pero sálvese usted que puede y solo
entre amigos en una reunión social, en su casa de hermandad, con un Nick. Pero
no lo firme y afirme en público o los heraldos de un régimen pasado y presente vendrán con sus oropeles, oscuros y raídos, y le recordarán que en Córdoba, para hacer eso, mejor hablar del fútbol.