Esta semana opto por coger el Palermo y, aludiendo al artículo de mi padre, intentaré pegar algún que otro golpe en el suelo, a ver si espabilamos. Os digo que por más fuerte que pisemos, no implica que sepamos lo que estamos haciendo, vamos a dejarnos pues de cabezas erguidas, de trajes negros de chaqueta, de martillazos, de cargos, de varas doradas y demás, cómo decirlo, pantomimas.
Puede que en mis artículos siempre haya tratado de apelar a la parte sensible que, quiero creer, todos tenemos; sin embargo, después de temas tan trillados como capataces destituidos, algunos con argumentos, otros sin ser presuntos de nada, después de que en nuestra televisión le dediquen más tiempo al deporte que a las noticias de actualidad, después de que en las redes entremos en discordias con personas que no conocemos, que no conoceremos, y que –además- no tienen interés en conocernos, ¿qué más da todo eso?
La verdad, ha llegado un punto en que me da igual si el cortejo de la Reina de los Ángeles en sus Misterios Gozosos era más o menos extenso, me da igual si algunas hermandades contestan con no demasiada simpatía –por llamarlo de alguna forma- ante preguntas para publicaciones que les benefician, me da igual si me dicen que tal banda es mejor que tal aquella, me da igual si ha ganado una u otra cruz o si en ambiente se han superado las unas a las otras (ni hablar de las razones económicas que mueven este mundillo y que darían para otro artículo), me da igual todo eso cuando me asomo al balcón de mi casa y veo a un minusválido cruzar a pleno sol una avenida, no precisamente corta, viendo cómo se tiene que parar de manera reiterada para aliviar de alguna forma sus manos y como de manera desesperada, asqueado de ese olor a goma que le dejan las ruedas de su silla, tiende a empujarla como puede ante las miradas de los viandantes que –por supuesto y sin duda- no muestran la más mínima compasión, ya ni hablemos de que tengan la iniciativa de ayudarlo.
Así es que, ustedes sigan con sus discordias, pensando que el cartel de la feria de Sevilla supera con creces al de la feria de Córdoba, sigan pensando que entre toros, farolillos y sevillanas “pasa la vida”, y que conste que a pesar de que soy partidaria de ello, y que disfruto con estos placeres que me da la vida, no solo me quedo en eso.
Y concluyo apelando a ese ‘solo’ que la Real Academia Española se ha empeñado en unificar, no solamente está la vida hecha de caprichos, y no pueden disfrutarse estos caprichos si estamos solos. Probablemente ese hombre tenía solamente una silla de ruedas para ayudarse, sin duda, más triste es sentir la soledad ante la falta de personas cercanas que la soledad ante la carestía de bienes que deseas.
Busquen, excaven –ya que algunos lo tienen muy hondo-, arañen y escarben hasta encontrar ese lado sensible que les haga pedir un bocadillo al niño que tantas madres, o tantas que se las dan de madres, lleven sostenido al cuello con un pañuelo, creo que no hace falta más descripción, no les deis lo que piden, dadles lo que consideréis que necesitan; escarben hasta descubrir que el llanto de un niño por montarse por primera vez solo en una atracción les puede hacer feliz; escarben hasta entender que por más alta que esté la música en una caseta siempre escuchará a su conciencia, así que por ello, antes de ponerse el sombrero cordobés o de embutirse en el vestido de gitana, paseen por las calles de nuestra Córdoba, empujen esa silla de ruedas, cojan esas bolsas de la compra que enganchadas a un andador merman cada paso de un anciano.
Sí, tenemos que echarnos a la calle muchas personas, pero no en cuanto a destituirnos de nuestros cargos, sino en cuanto a echarnos a la calle a hacerle la avenida que es la vida más liviana al que pudiera ser nuestro hermano, padre, abuelo.
María Giraldo Cecilia