"Aquellos que durante su
vida han escogido la vía del mal, como los mafiosos, no están en comunión con
Dios, están excomulgados". Sin rodeos ni eufemismos. El Papa Francisco se
fue al corazón de la mafia calabresa no sólo para condenar a sus miembros como
"adoradores del mal", sino también par excomulgarlos. En un gesto
antiguo, sacado de la noche de los tiempos, pero actualizado por el Papa. Para
dejar en evidencia esta sociedad secreta que vive del trabajo de los pobres y
se alimenta del miedo y de la connivencia.
Otros Papas condenaron a la mafia.
El último, Juan Pablo II. Y con palabras duras y afiladas. Pero ninguno se
había atrevido a excomulgarla. Porque ésa es una palabra mayor, que compromete
e implica a la Iglesia entera y, por supuesto, al Papa que la pronuncia.
Si ya antes estaba en el punto de
mira de la mafia por sus reformas y por cortar sus canales de lavado de dinero
a través del Banco vaticano, ahora Francisco se convierte en una diana. Lo sabe
el papa y le importa, pero el celo de Dios y el amor a los pobres es, para él,
más grande y más fuerte.
Sabe Francisco-Juan Bautista que
una de sus misiones (quizás la más ingrata) es señalar a los "adoradores
del Mal", a los que viven a costa del pueblo, a los que imponen el terror
y el silencio. Es una de sus misiones. Y la cumple.
¡Dios te guarde, Papa valiente!
¡Dios te proteja, Papa Francisco-Juan Bautista!
Se expone Francisco cada vez más,
pero también cuenta cada día con más escudos protectores. La gente, el pueblo
fiel y sencillo, los pobres del mundo son su escudo, su protección y su coraza.
Y, por supuesto, su fe: está y se pone en manos de Dios.