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miércoles, 4 de junio de 2014

Pauta Musical: El milagro de "Pasa la Virgen Macarena"



La Virgen de la Macarena, con su insólita belleza, concita a una legión de artistas de renombrada talla. Ella sóla es capaz de amasar a lo largo de su historia un acervo artístico donde lo divino y lo humano se dan la mano. Y en la música, el arte más espiritual por antonomasia, no hay lugar para la excepción. Porque la música de la Macarena, la inspirada y dedicada a Ella, rezuma inmemoriales páginas de vida y por centenas de años también se cuenta. A sus pies se han postrado autores de las más diversas procedencias y condiciones donde, como no podía ser menos, destaca especialmente la figura de Pedro Gámez Laserna, del que en este año se cumplen cien de su nacimiento. Un siglo ha pasado desde que el pueblo jiennense de Jódar alumbrase a quien estaría llamado a escribir una de las marchas más bellas que la historia del género haya podido conocer.

Antes de arribar en Sevilla en 1957, Gámez Laserna, d. Pedro, así procede llamarle en razón al rango militar y humano que siempre ostentó, desarrolló una intensa y nada trivial trayectoria como alumno y músico hasta su ingreso en el cuerpo nacional de directores militares. En los años veinte entró a formar parte de la Música del Regimiento de Infantería de la Reina nº2 de Córdoba, pasando en 1928 a la Banda Municipal de Córdoba, en el puesto de trompa, instrumento en el que se especializó. Bajo las órdenes de Mariano Gómez Camarero, el ilustre galduriense continuó fraguando el impetuoso y ocurrente compositor que llevaba dentro. En su cabeza estaba llegar a ser algún día director de banda civil. Pero por circunstancias que no vienen al caso, tal empresa no pudo alcanzarse y tras su marcha, a principios de los años cuarenta, a Madrid en la Banda Municipal de allí, previo arduo aprendizaje y preparación, consiguió aprobar en 1945 de forma flamante –primera plaza- las oposiciones al cuerpo nacional de directores de bandas militares, músico mayor como así se estiló en el lenguaje militar.


A su regreso a Córdoba para conducir con perfecta diligencia la batuta de la Música del Regimiento de Infantería de Lepanto nº2, Gámez Laserna le tomaría el pulso a la Semana Santa de Córdoba y sus cofradías, escribiendo en 1949 la marcha “Saeta Cordobesa”, modelo y paradigma del resto de su obra, pero también paradigma de la elegancia musical en el concepto formal de marcha. Y como decía, fue en 1957, sustituyendo al frente del Soria 9 a su amigo Juan Vicente Mas Quiles, cuando nuestro añorado compositor sin saberlo en ese momento entraría a formar parte de esa nómina sublime e inolvidable de compositores y directores de bandas que han paseado su talento por las calles de Sevilla.

La ciudad hispalense supo cobijarlo con su habitual desparpajo, gracia y hospitalidad. Durante su etapa como director del Soria 9 no le faltaron los elogios por parte de acreditadas voces, ni el homenaje de los cofrades sevillanos que supieron ver en él a uno de sus más grandes compositores de marchas. Allí, al amparo de aquellos meses de azahar e incienso, d. Pedro consiguió idear una serie de marchas realmente antológicas: “Pasa la Virgen Macarena”, “María Stma. del Subterráneo”, “Ntra. Sra. del Socorro”, “El Cachorro”, “Sevilla Cofradiera”, etc.

Su fallecimiento un 25 de diciembre de 1987 dejó un enorme vacío y con él se fue una parte importante de una generación de oro de la marcha procesional que arrancó en la postguerra. Las paredes de la Basílica todavía hoy nos siguen contando aquellos momentos emotivos que se vivieron cuando el féretro, con los restos mortales de d. Pedro, salió de allí acunado por los sones alegres y gloriosos de su marcha “Pasa la Virgen Macarena”, interpretada por la Banda del Soria 9 con Abel Moreno al frente. Qué bonita metáfora la que perpetuó Gámez Laserna en su lecho de muerte al pedir que le tocara su Banda del Soria 9 precisamente esa marcha, de cariz contrario al hecho en sí. No quiso irse como otros grandes maestros con la música fúnebre, sino despedirse de nosotros con la marcha que le dedicara a la Virgen de sus amores, a María Stma. de la Esperanza Macarena, que desborda efusividad. A buen seguro que no hubo mejor entrada en el cielo que esa chicotá con su “Pasa la Virgen Macarena”, para plantarse ante Ella y su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

La marcha “Pasa la Virgen Macarena”

Los Manuel López Farfán, Emilio Cebrián o Mas Quiles ya dejaron prueba inequívoca de su sello en el acervo musical de la hermandad de la Macarena. Pero d. Pedro, a su llegada al Soria 9 y ante el ensimismamiento que tuvo que suponer ver pasar a la Macarena, consiguió reflejar en la partitura la exégesis de un palio andando, en movimiento, a la que habría de bautizarla en 1959 con el nombre de “Pasa la Virgen Macarena”. Con cada interpretación de esta marcha, y de primer plano el incomparable y mayestático palio de la Esperanza Macarena, toma fuerza esa frase célebre que Stravinski dejó para la posteridad. Porque nada más entrar las cornetas en el inicio de la marcha ya estaremos escuchando lo que vemos, y viendo lo que escuchamos.

Toda una cátedra de cómo hacer música para un palio y para eso no había ni hay mejor lugar que Sevilla y el palio modélico por excelencia. D. Pedro tuvo las ideas muy claras. Tomó el modelo sancionado por Farfán en “La Estrella Sublime” (1925) y lo amoldó a su estilo personalísimo, que ya en Córdoba había cobrado relieve con la sensacional “Saeta Cordobesa”. Tanto en la introducción de la marcha, como en el tema principal, la participación de las cornetas enfrascadas en el do mayor de la música no solamente se limita a otorgar un complemento y subrayado brillante de la marcha, sino a dominar melódicamente la misma y constituirse en un plano sonoro superior incluso al entramado melódico de las maderas.

El pasaje central, donde supuestamente iría el fuerte de bajos, es un alarde armónico donde los metales recitan una línea melódica suave y relajada, sustentada sobre arpegios de la madera. Retomado el tema principal, y tras unos compases de modulación, la marcha llega al trío final en fa menor que es otro elogio a la armonía y el equilibrio, al lirismo y al embrujo propios del palio de la Macarena. En su primera interpretación la melodía es regida de forma especial por el viento metal, con el acompañamiento en su función rítmica de clarinetes y saxos. La segunda repetición es una superposición de clarinetes principales, requintos y flautas al plano sonoro anterior, en la que se dibuja una melodía con atisbos de saeta, una de las muchas que se ofrendan a la Madre de Dios en la madrugá sevillana.

Recientemente la Banda Sinfónica Municipal de Sevilla, bajo la dirección de Fco. Javier Gutiérrez Juan, incansable investigador y buceador de archivos musicales, la ha grabado con la repetición del trío final –cosa que no se da en numerosísimas interpretaciones- y a un tempo rápido y vertiginoso, respondiendo así al gusto y voluntad del autor de la obra y apoyándose para ello en documentos sonoros, así como testimonios orales. Con este registro en el disco “Versión Original” podemos seguir gozando de las bondades de “Pasa la Virgen Macarena” y su portentoso comienzo entre cornetas y semicorcheas de clarinetes. La máxima expresión de esta marcha la encontramos aquí, en “Versión Original”. Todos los medios, y los mejores, al alcance del oyente y cofrade. O lo que es lo mismo decir: d. Pedro Gámez en estado puro sorprendiéndonos por sus complejas concepciones armónicas y melódicas, amén de unas velocidades de ejecución que explican razonadamente el porqué de diversas características de sus marchas que con ese tempo precisamente adquieren su verdadero significado y efecto.

El tiempo pasará y la banda que adorna con sus sones el discurrir de la Macarena por Sevilla, el Carmen de Salteras, seguirá ofreciéndonos con cada interpretación el milagro de “Pasa la Virgen Macarena”. Esa marcha que un día firmó d. Pedro Gámez rememorando a la Macarena pasar ante sus ojos y que, por si fuera poco, inspiró al alumno de éste cuando por la Campana fue testigo del pasar de Ella con su primoroso palio. Ella siempre pasando por Sevilla entre fulgurantes marchas.

 Mateo Olaya Marín





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