Las
imperecederas enseñanzas de Jesús de Nazaret, el Rabí, que en la profunda calma
de su mirada, poseía la ardiente revelación, a la entrada del Reino incorpóreo
de los Cielos. Su verbo, súbita
floración espiritual, que al ser,
impregnaba en la introspección mística de la conjunción del Cosmos con
la tierra. Un Calvario de dolor, Cáliz
de pasión, donde el Ungido ofreció su sangre al hombre para erradicar el
pecado de su alma, haciéndonos iguales. Un profundo lodazal será sepulcro de la
moneda, que pretenda adorar la luz misericordiosa de Dios. El Reino es la
pureza, las virtudes naturales y sobrenaturales recogidas en la sencilla
desnudez de una lágrima.
José
Antonio Guzmán Pérez
Recordatorio Calvario de Iris: “Mi reino no es de este mundo”…