La Semana Santa se vive todo el año. Al menos en Sevilla, que es la tierra que siente con mayor intensidad esta fiesta.
Viviendo en esta ciudad, maravillosa y fértil para tantas cosas, se hace difícil entender esa manía nuestra de autodestruirnos, esa costumbre de tirar por tierra las bondades de Sevilla, ese empeño por derribar, lastimar y menospreciar. No existe en la ciudad más hermosa del mundo una costumbre más habitual que ésta. Hagamos daño a nuestra propia sangre. Será un empeño ancestral. Lo desconozco pero, sobre todo, no puedo entenderlo.
Hablar de la Semana Santa de Sevilla, sentirla, quererla o incluso vivir su cercanía durante todo el año es para muchas personas una necesidad. Incluso puede decirse que una necesidad vital para quienes no entienden la ciudad sin su Semana Santa. Para comprender esto hay que llevarlo dentro. De lo contrario, es imposible.
Viviendo en esta ciudad, maravillosa y fértil para tantas cosas, se hace difícil entender esa manía nuestra de autodestruirnos, esa costumbre de tirar por tierra las bondades de Sevilla, ese empeño por derribar, lastimar y menospreciar. No existe en la ciudad más hermosa del mundo una costumbre más habitual que ésta. Hagamos daño a nuestra propia sangre. Será un empeño ancestral. Lo desconozco pero, sobre todo, no puedo entenderlo.
Hablar de la Semana Santa de Sevilla, sentirla, quererla o incluso vivir su cercanía durante todo el año es para muchas personas una necesidad. Incluso puede decirse que una necesidad vital para quienes no entienden la ciudad sin su Semana Santa. Para comprender esto hay que llevarlo dentro. De lo contrario, es imposible.
Resulta, es verdad, muy fácil, alzar el látigo de la crítica descarnada para señalar a un colectivo en el que ciertamente anidan los famosos frikis, por ejemplo, personas que desnudas en muchos casos de miedo al qué dirán, usan y abusan del universo cofradiero. No obstante, quienes les llaman frikis deberían mirarse al espejo de vez en cuando.
Quienes abrimos los ojos cada día buscando el aire que sólo nos aportan nuestras imágenes, nuestros Cristos y nuestras Vírgenes –las mismas que nos conducen al Sagrario, que de eso se trata– y anhelando la convivencia con las cofradías en las que aprendimos a caminar en la vida, decidimos un día que merecía la pena respirar sólo en compañía de Ellos. O, en cualquier caso, muy cerca de Ellos. Y por eso entendemos a las personas –ni mucho menos todas son frikis– que viven durante todo el año de forma intensa el universo de las cofradías sevillanas. ¿Que dentro de ellas hay un alto número de interesados? ¿Que muchos cofrades se aprovechan de las hermandades? ¿Que se producen abusos y excesos? Por supuesto.
Es más, a menudo comprobamos cómo a nuestra Semana Santa se le hace daño por la participación interna de personajes que poco o nada tienen que ver con la realidad de las cofradías. Pero las grandes tareas de Sevilla las hacen grandes personas, anónimas siempre, a las que debemos agradecimiento y, sobre todo, respeto. Mucho más del que imaginamos. Un nutrido grupo de ellas están dentro, muy dentro de las cofradías de Sevilla.
Urge un reconocimiento que no querrán recoger, seguro. No como otras personas que, hartas de criticar a los demás y sus decisiones, terminan haciendo las mismas cosas y cayendo rendidas al halago. Vamos, quitándose la careta detrás de la cual se ponen morados a criticar y a menospreciar al prójimo.
Sí. Son muchas las personas que viven la Semana Santa todo el año, gracias a Dios. La Semana Santa de Sevilla se vive todo el año en las casas, en las miradas, en los viernes de San Lorenzo, que también son todo el año, en las misas de la Macarena o en los ensayos de los músicos, que pasan muchas calamidades para que algunos espabilados le cuenten a sus amigos y clientes desde un balcón lo grande que es la Semana Santa sevillana y lo bien que suena esa marcha que ahora estamos escuchando con la copa en la mano.
La Semana Santa se vive todo el año en muchos hogares porque se vive también la caridad o la oración en torno a las imágenes de nuestras hermandades. Se vive en los miedos, en las bodas –porque nos casamos delante de nuestros Cristos y nuestras Vírgenes– y se vive en la sonrisa y en las salas de espera de todos los quirófanos de Sevilla. Sí. Hay mucho cofrade en los pasillos de los hospitales de la ciudad. Más que personas que andan todo el santo día criticando a los demás.
Por cierto, por algo nuestros hospitales tienen estos nombres: Virgen del Rocío, Virgen Macarena, Virgen de Valme, Virgen de Fátima y Sagrado Corazón.
La Semana Santa se vive todo el año en la puerta llena de cubos de la tienda del florista, y en los ensayos en la azotea del saetero. Se vive todo el año en el taller del carpintero que lija y tiñe la madera predestinada a cuadrar el círculo del amor más grande.
La Semana Santa se vive todo el año en esta tierra porque esta tierra no es tan grande sin su Semana Santa. Sevilla sería mucho menos Sevilla, mucho menos, sin su Semana Santa.
"El mundo es ancho y difuso. La vida es una semana". Lo escribió un poeta maravilloso, Joaquín Caro Romero, que también vive su sentimiento macareno exagerado los 365 días del año. En esa anchura del mundo caben quienes no dejan, entre envidias y rencores, de señalar con el dedo a un mundo cofradiero que sigue latiendo muy vivo, porque además de sus miserias y de sus frikis tiene un caudal de gente muy válida que impulsa valores y tira del carro del compromiso. Y esas personas necesitan que los 365 días del año sean Semana Santa. Al fin y al cabo es Sevilla y su latido la que reclama que aquellos siete días que lo explican todo mantengan el ascua viva a lo largo del almanaque. Es cuestión de vida o muerte.
Esa forma de ver el mundo que tienen algunas personas que sienten aquí dentro, en el pecho, el universo de sus cofradías es moralmente más alta que el deseo que tienen otros de reconocimiento en una ciudad que a veces sabe discernir entre lo famoso y lo importante.
Se trata de respetar, de aceptar que Sevilla sabe lo que hace y lo que quiere. Entenderla y amarla así. Como es. La Semana Santa de Sevilla no termina cuando entran sus pasos en los templos. En ese momento se cumple el sueño que anhelamos durante todo el año, que no es otro que volver a revivir aquella enseñanza que, siendo niños, heredamos de quienes nos querían con amor incondicional.
La Semana Santa se vive todo el año. Al menos en Sevilla, que es la tierra que siente con mayor intensidad una celebración única en el mundo. Y esto hay que entenderlo con el corazón en su sitio y con la cabeza en el suyo. Se impone el sentido común.
Yo, que no puedo sentirme responsable de que existan programas cofradieros de televisión durante todo el año porque lo que me siento es orgulloso, debo reconocer en voz alta que soy jartible, sí. Pero no puedo evitarlo. Ni quiero.
Ahora llega el verano. Mientras usted y yo buscamos el alivio del balcón abierto de la costa, habrá personas que busquen el aire acondicionado de las casas de hermandad y los ventiladores de las capillas. Estarán preparando una Semana Santa que todos vamos a disfrutar en pocos meses. Y en muchos casos lo haremos con orgullo, como si hubiésemos hecho algo importante por ella.
Recordatorio La Firma Invitada: Adiós a Soria, hola a Marcelino