¿Cómo explicar qué es ser nazareno? Lo que uno siente cuando llega el día de tu hermandad y tienes que salir de nazareno. No hay palabras. Uno se levanta con la ilusión metida en el cuerpo. Te levantas, desayunas y te vas a tu cuarto a prepararlo todo. Lo pones todo encima de la cama muy bien colocado. Procuras que no falte ni un solo detalle: la túnica, el cubrerrostro, el cíngulo, la capa, la medalla de la hermandad, la ropa, tu rosario, tu amuleto, los guantes, los calcetines, los zapatos, las estampitas y la papeleta de sitio. No falta nada. Todo está listo y preparado. Pero hay un detalle que no se puede controlar: el tiempo.
Las horas pasan eternas y uno no puede dejar de mirar el reloj. Eso produce unos nervios que no son normales. Cuanto más lo miras más nervios te entran. Lo miras a cada minuto y aunque sabes que hace solo un minuto que lo miraste por última vez, también sabes que falta un minuto menos para que llegue la hora de vestirte, taparte y que comience la penitencia. Porque no nos equivoquemos. Ser nazareno es ser penitente.
No lo hacemos por gusto ni por lucimiento. Lo hacemos para hacer penitencia o para cumplir una promesa.
En fin, las horas pasan y cuando llega la hora de comer casi ni puedes. Porque sabes que te espera un recorrido sin descanso y tienes que alimentarte, pero es que los nervios te están matando. Y así sea tu séptimo año saliendo, cada año, siempre te sorprendes pensando que lo superarás pero no. Es imposible.
Llega la hora y tienes que prepararte. Tu madre cuida cada detalle como si ella misma fuera la que se tiene que preparar. Es increíble. Si antes los nervios te inundaban, ahora te matan. Y toca salir. Sales de tu casa y cumpliendo con la penintencia te tapas con el cubrerrostro y pones rumbo a la iglesia. Lo que tiene salir en una hermandad que no es la primera del día es que ya hay hermandades en la calle y, por lo tanto, niños. Me emociona, me ilusiona y me llena de alegría ver la carita que ponen entre ilusión y miedo mirándote. Sea cual sea la carita que ponen, están felices de ver "¡un nazareno!" y eso te hace feliz de ver que aunque sea una milésima de segundo, has hecho feliz a un angelito.
Y llegas a la iglesia. Indescriptible cuando entras y ves a tus titulares montados en sus pasos. Esa sensación está entre las mejores sensaciones del mundo sin duda alguna. Y como pasara en tu casa, el tiempo se hace eterno. Pero en este caso es distinto porque puedes conversar con Él y Ella y pedirles cosas hasta que por fin llega el momento de salir.
Los nazarenos le dan una forma de ser a la Semana Santa. Sin ellos no sería lo mismo. En silencio, en su silencio son parte indispensable. Y son penitentes. No parte de un espectáculo y mucho menos protagonistas de nada. Esto lo digo por todas aquellas personas que se apuntan con el propósito de alardear de que son nazarenos de una hermandad. Repudio desde aquí ese comportamiento. Y lo digo de buenas maneras porque eso lo pienso con otras palabras. Todo esto que os acabo de contar es para que os hagáis una idea aproximada de lo que se siente siendo nazareno antes de la estación. Lo que se siente durante la estación de penitencia teneis que imaginarlo porque todo lo que se siente durante el recorrido, todo eso... no se puede contar.
En fin, las horas pasan y cuando llega la hora de comer casi ni puedes. Porque sabes que te espera un recorrido sin descanso y tienes que alimentarte, pero es que los nervios te están matando. Y así sea tu séptimo año saliendo, cada año, siempre te sorprendes pensando que lo superarás pero no. Es imposible.
Llega la hora y tienes que prepararte. Tu madre cuida cada detalle como si ella misma fuera la que se tiene que preparar. Es increíble. Si antes los nervios te inundaban, ahora te matan. Y toca salir. Sales de tu casa y cumpliendo con la penintencia te tapas con el cubrerrostro y pones rumbo a la iglesia. Lo que tiene salir en una hermandad que no es la primera del día es que ya hay hermandades en la calle y, por lo tanto, niños. Me emociona, me ilusiona y me llena de alegría ver la carita que ponen entre ilusión y miedo mirándote. Sea cual sea la carita que ponen, están felices de ver "¡un nazareno!" y eso te hace feliz de ver que aunque sea una milésima de segundo, has hecho feliz a un angelito.
Y llegas a la iglesia. Indescriptible cuando entras y ves a tus titulares montados en sus pasos. Esa sensación está entre las mejores sensaciones del mundo sin duda alguna. Y como pasara en tu casa, el tiempo se hace eterno. Pero en este caso es distinto porque puedes conversar con Él y Ella y pedirles cosas hasta que por fin llega el momento de salir.
Los nazarenos le dan una forma de ser a la Semana Santa. Sin ellos no sería lo mismo. En silencio, en su silencio son parte indispensable. Y son penitentes. No parte de un espectáculo y mucho menos protagonistas de nada. Esto lo digo por todas aquellas personas que se apuntan con el propósito de alardear de que son nazarenos de una hermandad. Repudio desde aquí ese comportamiento. Y lo digo de buenas maneras porque eso lo pienso con otras palabras. Todo esto que os acabo de contar es para que os hagáis una idea aproximada de lo que se siente siendo nazareno antes de la estación. Lo que se siente durante la estación de penitencia teneis que imaginarlo porque todo lo que se siente durante el recorrido, todo eso... no se puede contar.
Alberto Rider Cros
Fuente Fotográfica Diego Casillas